30 de abril de 2006

Sábado noche en Cayo Vizcaíno

Última noche en Estados Unidos. Son las 00.24 en Miami, las 6.24 en España, y me meto en la cama después de un día agotador en la Miami International University (agotador a la estadounidense, es decir a-go-ta-dorrrr). Para despejarnos un poco y regalarnos un fin de fiesta a la altura de las circunstancias, nuestros anfitriones nos llevan a cenar a un restaurante cubano de Cayo Vizcaíno, un lugar paradisiaco que parece un parque temático o el decorado de una película. Buena cena, violinista tocando de todo -incluso cha cha cha-, espontáneos bailando, una parejita celebrando sus bodas de oro acompañados de un séquito de nietos, luna mora en el cielo estrellado, calita de arena blanca, yates flotando en el agua y las luces de Miami Beach en algun lugar de la lontananza. Se escuchan risas en la lejanía y sopla la brisa marina. De postre, pastel de queso con lima. Luego, un paseo por la oscuridad de una calzada junto al agua, en la que Gonzalo Moure -el colega con quien he compartido los últimos dos días- miraba, como yo, los aviones que cruzaban en cielo sobre nuestras cabezas pensando, seguramente: mañana a esta ahora estaré allí arriba.
Así es. Mañana nos espera un último y obligado paseo, a Miami Beach, por supuesto, y ya el camino del aeropuerto y el regreso a casa. A estas horas, dentro de casi 24, ya estaré en casa. Estaré a punto de abrazar a mis hijos, recompensa de todos los regresos.
Ya en casa, un último consuelo: Los viajes sólo terminan al deshacer las maletas.
Buenas noches, visitantes. El lunes llegaré un poco tarde, pero llegaré.

28 de abril de 2006

La conferencia alternativa

Cada vez que me siento ante ustedes
señoras y señores, asistentes a esta conferencia
donde no diré nada que ustedes no supieran
o por sus medios no pudieran saber.
Cada vez que les miro y me dispongo
a hablar de lo de siempre ante ojos nuevos
lo que hago en realidad es ofrecer
mi cuello de piel blanca y aún suave
y poner en sus manos un enorme cuchillo
y rogarles: por favor, señor, señora, sea
so kind y rebáneme el cuello
delante de esta gente que nos mira,
curiosa.
Jamás se vio tamaño desenlace
para una conferencia.
Y no crean que no me agradaría
el espectáculo.
Así me siento ahora.
A punto del degüello.
Da igual que me desnude diez veces cada día
delante de decenas de personas.
no importa si me gusta o si me mata.
Me juego la vida cada vez que me calzo
estas botas de andar, de ser otra persona.
Camino por el mundo en la impostura
y lo más terrible es que soy verosímil
como sabemos serlo los buenos narradores.
Incluso aquel para quien me disfrazo,
para quien miento y poso, y soy otra
sólo porque deseo que se quede
(aunque a veces se aleja),
incluso él me cree sin fisuras.

Me haces falta esta noche y ya me asusta
esta cruel traición de las palabras
que también llegará
como llega contigo todo aquello que temo.
Llegará ese segundo, tal vez adormecido,
loco, cargado del deseo que quema,
en que veré en tus ojos el motivo
para apostar el cuello a lo de siempre
(a las cosas que no tienen remedio).
Como no lo tendrá que agarres el cuchillo
con firmeza
después de comprobar la calidad del filo
y lo hundas en mi piel mientras me juras
“siempre estaré a tu lado, alma mía”.

Y alrededor, contentos de la farsa,
aplaudirán todos los asistentes.

Los hijos de Rosalía

Jueves en Miami: Con el aspecto con que me he levantado nadie hubiera querido escuchar mi conferencia de la tarde, así que decido ir a la peluquería. Está junto al hotel, sólo hay que caminar tres minutos bajo el muy ardiente sol. En la pelu, me reciben dos señoras mulatas y algo culonas. Les pregunto si puedo quedarme y me preguntan qué quiero hacer. Les informo de que dispongo de poco tiempo. Apremiada, la que parece más joven le dice a la otra:
-Rosalía, ¡métele mano!
Rosalía es talludita, rellenita, mulata y muy parlanchina (eso lo averiguo más tarde). Se acerca a mí con diligencia. Me pongo a la defensiva (ni siquiera tanta soledad va a hacer que me rinda a los encantos de Rosalía o, por lo menos, que se lo ponga fácil), pero enseguida descubro sus verdaderas intenciones: pretende lavarme la cabeza. Lo hace con tanto brío que es como si me atendiera un águila real. Apurado el trámite, pasamos al tocador, donde, mientras tira de mi pelo con ninguna clemencia (ella lo llama "secar"), Rosalía procede a contarme su vida. Ah, eso es lo que más me gusta de ir a la pelu en países extranjeros. Es una oportunidad de oro para conversar durante un buen rato con gente del lugar. También para una inmersión a lo bestia en la realidad de cada sitio, merced a las revistas y otras basuras que se amontonan en los revisteros de esos nobles establecimientos. Hoy he sabido, por ejemplo, y gracias a un revista llamada Self, que el 54% de las estadounidenses ha fantaseado alguna vez con tirarse a su jefe. O que el 92% prefieren perder 10 libras (unos 4,5 kilos) a disfrutar de 10 días extra de vacaciones. ¿Será para que el jefe se fije en ellas?
Rosalía me cuenta con su natural rudeza las maravillas de unos potingues que vende para adelgazar. Me aseguraba que ella ha perdido 22 libras sólo con tomar unas pastillitas. Dios mío, cómo estaría antes, he pensado, y que bien que la gente de la U.M. (University of Miami) me invitó precisamente ahora y no hace cuatro meses, en que el ataque de Rosalía habría parecido el de una osa parda. Rosalía demuestra adorar los detalles: me cuentac en un momento cuánto gana en la pelu, cuánto gana vendiendo pastillitas a extranjeros, cuántas cajas de pastillitas lleva en el coche, de dónde es la empresa y por qué la ficharon, qué edad tienen sus hijos, de qué humor se levanta su jefa, por qué las peluqueras dominicanas como ella son más apreciadas en Miami, la historia de una hermana que se ha casado con un puertorriqueño y la crónica de su separación.
-¿Cuánto llevas aquí? -digo, intentando hacerme con los mandos de la conversación.
-19 años.
-¿Y tus hijos vinieron contigo?
-No, no, mi amor. Mis hijos se quedaron tres años con mi papá en la República Dominicana. La chica tenía tres añitos. El día en que partí a New York era su cumpleaños.
-Eso debió de ser terrible.
-Un inferno. Me moría sin ellos. Lo hice por puro egoísmo. Tenía que traerlos conmigo.
-¿Y dónde volviste a verlos?
-En mi país, tres años después.
-¿Y qué pensaste cuando los viste de nuevo?
-Los mayores habían crecido mucho. La pequeña casi no me conocía. Sólo pensé: qué mayores están, Dios.
-¿Y qué hiciste entonces, Rosalía? ¿Lo recuerdas?
-Claro que sí, mamá. Llorar. Sólo pude llorar.
Historias que me conmueven: padres / madres que luchan por sus hijos hasta que logran abrazarlos. En cualquier parte del mundo.

27 de abril de 2006

Biblihólicos: sintomatología y tratamiento

Si en Estados Unidos se puede encontrar de todo, en las librerías de Estados Unidos ocurre lo mismo. Descubro Books & Books gracias a Marta Morán, la asesora cultural del consulado español, y de algunos profesores venidos de España para enseñar en Miami durante un curso. En la sección de autoayuda, que en España nunca miro, encuentro algo que me interesa de inmediato: Biblioholism, The Literary Adiction (es decir, Bibliholismo, la adicción literaria). En la portada se ofrece una definición de este terrible mal (que padezco, debo reconocerlo en público, amigos) y que no es sino "la terrible costumbre de comprar, leer, almacenar, admirar y consumir libros en exceso". Junto al nombre del autor, Tom Raabe, aparecen un ángel y el demonio. El primero ordena: "Compra más libros". El segundo, contradice: "No compres más libros".
Los distintos capítulos tienen títulos impagables: "Confesiones de un biblihólico", "Test: ¿Eres un biblihólico?" (aun no lo he hecho, pero conozco los resultados); "Variantes del síndrome: Lectorhólicos, Bibliópatas, Biblioclastas, Bibliófagos", "Somos lo que compramos". El capítulo llamado "Reading" (Leer), está dividido en "Leer en la cama", en restaurantes, en el baño, durante los viajes, en el trabajo o en casas de los no biblihólicos. Horror, yo soy todos ellos, estoy mucho peor de lo que pensaba. Incluso hay un capítulo dedicado al préstamo de libros en el que el autor asegura que existen dos clases de biblihólicos: los que prestan y los que no prestan sus libros. Por supuesto, son casos más graves los del segundo grupo, al cual yo pertenezco.
Para cerrar el trabajo el autor ofrece un tratamiento al mal, que empieza por la total abstinencia (aconseja: sal de tu casa, no dejes libros sobre las sábanas, no busques libros en ningún lugar, ve la tele, haz cosas con las manos, corta el césped, limpia el sótano....), sigue con la recomendación de libros paliativos, algo así como la metadona de los libros, plagados de fotos y sin texto y termina con lo que dice que es la medida drástica pero definitiva para dejar de leer: casarse. En la última página, que sigue a una extensísima y muy interesante bibliografía, el autor se confiesa como un bibliólico irredento. Ha vivido en San Diego y Colorado y reconoce que "en sus días sin libros, aún fue capaz de viajar a Indonesia, Nepal, Afganistán, Irán, Turquía y Europa". Qué fenómeno. Lástima que no se haya traducido.
Con mi tesoro terapéutico en las manos, me dirijo a la deliciosa sección de literatura infantil y juvenil, como siempre hago en las librerías del mundo anglosajón, y disfruto un buen rato mirando, tocando y rebuscando entre los álbumes ilustrados algo que llevarle a mis hijos. Admiro de cerca por primera vez los libros de Eric Carle. Hay muchos y son verdaderas obras de arte. Están destinados a primeros lectores y en muchos casos ni siquiera contienen palabras, ni las necesitan. Después de muchas dudas me decido por uno, 1, 2, 3 to the Zoo, un libro para aprender a contar con animales. En la primera página hay un elefante. Es indispensable que en cualquier libro que se le regale a Adrián haya, por lo menos, un elefante (está loquito por ellos y yo ya soy una experta en libros con elefante). Unas horas más tarde merodeo por la página web de Carle, este admirado y prolífico pintor y contador de historias, nacido en Nueva York en 1929 pero emigrado a Alemania, donde cursó sus estudios y descubrió su vocación y desde donde regresó a su país natal en 1952. Su obra es extensísima y me sorprende descubrir que parte de sus libros -entre ellos el más popular, La pequeña oruga glotona (editorial Kokinos), traducido a 30 idiomas- se pueden comprar en cualquier buena librería española. He aquí una recomendación para papás con niños que empiezan a acercarse a la lectura y no se conforman con cualquier cosa. En la página web de Eric Carle -que contiene una sección dedicada a los libros en español- podéis encontrar todo sobre él.

26 de abril de 2006

Encuestas y cubanos lejos de Cuba


Desayuno en mi primer día estadounidense leyendo que un 29% de los ciudadanos de este gran país, consultados por el rotativo USA Today, desearían que Condoleezza Rice fuera presidenta del gobierno a partir de 2008. Un 40 por ciento se decantan por Hillary Rodham Clinton. No sabemos lo que piensa en 30 por ciento restante en esta encuesta ficticia, puesto que los encuestados responden solo acerca de leading women, mujeres líderes. Qué ganas de hacer encuestas irreales. Ayer paseé por la muy latinoamericana zona —Cuba, Puerto Rico, Peru...— de Coral Gables, sin dejar de escuchar acentos españoles ni poder olvidar que del estado de Florida fueron purgados 8.000 votantes en las elecciones presidenciales del 2004. Los mismos, claro, cuya no interesa en las encuestas. No sé si Cintia, la mujer cubana a quien hoy he encontrado adecentando mi habitación del Holiday Inn, estaría o no en el censo electoral. Lleva 27 años en este país, pasó 8 en España y su mayor sueño es regresar a Madrid, donde nació su hijo, donde ella fue más joven y donde, me ha dicho, pasó mucho frío. En lugar de eso, debe viajar de vez en cuando a Cuba a ver a su padre, muy enfermo, que vive en Santa Clara y llevarle medicinas, comida y algo de dinero. Le pregunto si vive bien aquí, se encoge de hombros y me dice que son ya muchos años.

Hay tres formas de mentira, dice más o menos Benjamín Prado en su última y excelente novela, Mala gente que camina, las falsedades, las ocultaciones y las encuestas.

Pues eso, navegantes. No os dejéis encuestar. Y gracias por estar aquí a la hora acordada.

25 de abril de 2006

Protesta con BILIS

La Plataforma BILIS (Bibliotecarias Independientes, Liberales, Inconformistas y Solidarias) lanzará esta semana una campaña en contra de la liberación de libros (ellos utilizan la palabra «abandono»). La movilización obedece al masivo número de libros —principalmente novelas— que se está produciendo alrededor del día del libro. Como primera medida, y con tal de concienciar a la ciudadanía, se va a lanzar una campaña publicitaria en la que se muestra un gastado ejemplar de La Regenta (primera edición) junto a la puerta de acceso a una vivienda unifamiliar, con el lomo y las cubiertas gastadas por la intemperie. Bajo la imagen puede leerse: Él nunca lo haría.
La presidenta de BILIS, Marciana Hipnótica, cree conveniente dar a conocer el destino de esos ejemplares abandonados «ya que las fuerzas de seguridad no pueden dar salida sino a un veinte por ciento de los mismos (gracias a las campañas de acogida). El resto, transcurrido un periodo de seis meses, son triturados y convertidos en celulosa que se vende a las fábricas de papel higiénico y rollos de cocina.
Luchemos por las causas nobles, sensibles navegantes. Evitemos el ignominioso final de los ejemplares liberados. Démosle la razón a BILIS. Mandemos correos masivos a favor de esta causa. SMS seguidos de la palabra «pásalo». Hagamos una campaña de recogida de firmas.
No abandonéis libros. Es mejor abandonar maridos.
* Amigos, amigas, navegates todos: cuando leáis esto yo estaré camino de Miami. Procuraré mantenerme fiel al blog estos días, pero tendrá que ser en horario de la costa Este de los USA. Es decir: 6 horas menos que en España. Buscadme en vuestra tarde-noche, pero no dejéis de buscarme, por favor.

24 de abril de 2006

Día de Sant Jordi en Barcelona (crónica)

Uf, dijo ella, al saber que se había terminado el infame día de Sant Jordi, aquel en que la gente se lanza en rebañil paseo a la calle con la (noble) intención de adquirir el libro. La misma (noble) intención que, por descontado, no abrazan el resto del año. Y allí estamos los escritores, gurús del día, nombres propios de las letras, dispuestos a soportarlo. Te sientas dentro de una caseta tras un rótulo con tu nombre y ves pasar las multitudes enfervorizadas. Si tienes la suerte de que alguno de los paseantes te dirige la palabra es para preguntarte cuánto vale el libro de Andreu Buenafuente. «Bueno», te dices, resignada, «algo es algo».
A mi lado, Empar Moliner le daba animada conversación a todos los que se acercaban con su libro ¿Desitja guardar els canvis? (Quaderns Crema):
—¿A qué te dedicas? —le preguntó a una rubia oxigenada y sonriente.
—Soy farmacéutica —dijo la rubia.
—Ah, los farmacéuticos, qué bien entendéis a la gente, cómo adivináis sus intenciones y hasta sus males.
La rubia puso cara de desconcierto.
—No, yo no adivino nada —responíó.
Empar continuó, impertérrita, profesional como es, haciéndole un dibujito a la farmacéutica esaborida en la primera página de su flamante libro nuevo.
Hace tiempo que conozco a Empar Moliner, y admiro su trabajo, pero ayer me dio renovados motivos de admiración. Se acercó un señor barbudo, acompañado de mujer e hija y le soltó, con aparente emoción: «¡Eres zurda! ¡A mí me encantan los zurdos!» a lo que Empar respondió: «Muchas gracias, señor, qué amable.» Yo le hubiera dicho: «¿Y por qué?». ¿Veis? ¡No tengo ningún futuro como dedicanta de libros!
Otro lector de Empar y otro diálogo cazado al vuelo:
Empar Moliner: ¿A qué te dedicas?
Lector: Soy químico.
Empar Moliner: Qué buenos lectores sois siempre la gente de ciencias.
(Ancha sonrisa satisfecha del químico en cuestión, naturalmente).
Mientras tanto, a mi lado, Eduard Márquez, otro colega admirado, me daba consejos acerca de cómo hay que responder entrevistas: te pregunten lo que te pregunten, tú respondes lo que te has preparado en tu casa, en tres bloques, procurando que cada uno contenga información esencial. Le dije que lo pondría en práctica en cuento tuviera ocasión.
Lo más lamentable del día: En una de las librerías donde firmé compartí mesa con una actriz joven (17 años, todo lo más) encumbrada gracias a su interpretación en un culebrón de TV3. En la serie, me contaron, su personaje escribe un diario personal. A un editor avispado se le ocurrió la idea de publicar ese supuesto diario. Se lo encargó a una escritora de 30 años cuyo nombre no figura en la portada y utilizó como reclamo de cubierta el rostro hermoso y maquillado de la actriz. Ayer la niña en cuestión se hartó de firmar ejemplares de ese libro que no ha escrito y que acaso ni siquiera ha leído ante una cola de más de 40 personas que se renovaba constantemente. Qué cosas ocurren en Sant Jordi.
Lo mejor fue constatar que Benjamín Prado está más moreno, más delgado y diría que más atractivo que hace un par de años, cuando le vi por última vez. Su novela, Mala gente que camina, tiene un principio prometedor. La leeré mañana, en el avión que me lleve a Miami. Me muero de ganas. Otra que cada vez está más guapa: mi amiga Pilar, visitante asidua de este blog, que debe de haber hechoun pacto con el diablo. Por cierto, el blog de Arcadio García, su pareja, estará entre los enlaces de este sitio desde hoy. Tercera constatación: Gustavo Martín Garzo es el escritor más parecido a las fotos que aparecen de él en las solapas que he conocido jamás.
Por último, dos regalitos que trajo el día: conocí a Ako y a Miwok, también navegantes, que demostraron mucho empeño en encontrarme y lo lograron. Y apareció T.M.G. Sí, sí, no hace mucho me lamentaba del tiempo que llevaba sin verle. Se lo dije y lo repito: Detesto echarle de menos. «Son raros los amigos, desaparecen», escribió Roberto Bolaño. «Son raros los amigos. A veces, vuelven a aparecer.»
Uf, dijo ella, lo mejor del 24 de abril es que faltan 364 días aún para que vuelva a ser Sant Jordi, ese día, al decir de todos, tan bonito y tan especial en que los escritores, en rebañil procesión, salimos a la calle a tener vivencias inolvidables.

23 de abril de 2006

La tormenta en un vaso


Hoy comienza una aventura largamente acariciada.
La tormenta en un vaso es una página de recomendación de buenas lecturas, realizada gracias al entusiasmo y al criterio de una cincuentena de personas, casi todos escritores, aunque también profesores y críticos. Hoy, día del libro, aterrizamos en la red con nuestra declaración de intenciones y algunos apoyos amistosos. A partir de mañana, nuestra bitácora para lectores hambrientos dará mucho que hablar.
Si quieres ser un lector zarandeado por esta agradable tormenta, haz click aquí (o, a partir de mañana, en los enlaces amigos de este blog).
Feliz tormenta, navegantes.

Feliz día del libro, navegantes


* En este multitudinario día de Sant Jordi, estaré firmando libros:
-En librería Laie (Pau Claris, 85), de 14 a 15.
-En la parada de la librería El petit príncep, compartida con editorial Cruïlla (Rambla de Catalunya) de 17 a 18.
-En la librería Proa (Diputació, 250) de 19 a 20.
Se agradecerán visitas que den conversación y ánimo.

22 de abril de 2006

En vísperas

Se publicaron unos 500 libros en 1550, unos 2.300 en 1650, unos 11.000 en 1750, unos 50.000 en 1850. La bibliografía acumulada hasta el año 2000 fue de 50 millones de títulos. En el primer siglo de la imprenta se publicaron unos 35.000 títulos. En la segunda mitad del siglo XX (1950-2000), mil veces más: unos 36 millones.
(...)
La humanidad publica un libro cada medio minuto.
(...)
Los libros se publican a tal velocidad que nos vuelven cada día más incultos. Si uno leyera un libro diario estaría dejando de leer 4.000, publicados en el mismo día.
Gabriel Zaid, Los demasiados libros (Anagrama, 1996)
* Si hoy, queridos navegantes que pacéis en las proximidades, tenéis ganas de salir de casa, estaré firmando libros en la parada de la Rambla de Librería Robafaves, de Mataró, junto con Xavier Gual y Albert Calls. De 12 a 13. Se agradecerán caras amables, conversación liberadora y cualquier otra distracción que creáis oportuna.

21 de abril de 2006

Más que un ejercicio

En el taller literario que estos días estoy impartiendo -y que hoy viernes celebrará su última sesión- insto a los participantes a reescribir la historia de Blancanieves y los siete enanitos desde otra óptica. Ahora Blancanieves es una peligrosa asesina a lo Uma Thurman en Kill Bill y los enanitos, sus víctimas. Hay que encontrar un modo de cargárselos. A los siete.
Tres alumnas optan por el veneno (el modus operandi más popular entre las mujeres asesinas, ¿por qué será?). Una de ellas escoge un asesinato a hachazos, mucho más sucio (además de mucho más cansado). Antes, sin embargo, ha obligado a los enanos a cavar sus propias tumbas, como si fueran víctimas de Corleone.
La mejor es una señora de más de 50 años que decide colocar un barreño de dinamita en la entrada de la mina. Boooooooum! Enanos muertos y enterrados todo en una, qué práctico. "Ay", suspira, sonriendo, cuando terminamos de leer en voz alta el ejercicio, "qué ganas tenía. Debía de ser algún trauma infantil".

20 de abril de 2006

HusbandCrossing (microcuento)

Es la última moda y es muy fácil: accedes a una página web (http://www.husbandcrossing.com/), rellenas un sencillo cuestionario (altura, peso, color de ojos, color de pelo, dimensiones del miembro, disfunciones sexuales, comida y postura favoritas…) y obtienes un número de registro y unas sencillas instrucciones que, una vez impresas en un papel autoadhesivo (lo facilita la organización contrareembolso de una cantidad irrisoria) es conveniente pegar en un lugar visible. En el apartado «Preguntas frecuentes» de la citada página, te explican que lo mejor es hacerlo en la espalda o en la parte posterior de los calzoncillos del marido a abandonar.
El siguiente paso es dejar al marido –ellos lo llaman «liberar»- en algún lugar donde otra persona pueda encontrarlo. Por ejemplo, un transporte público repleto de gente o una estación. Los aeropuertos o las dependencias oficiales están contraindicadas: lo más probable es que el marido liberado termine por parecerle sospechoso a alguien y acabe en comisaría, lo cual daría al traste con todo el proceso. Lo mejor es dejarlo en un parque (aquellos que frecuentan los que salen a correr muy de mañana son los mejores), a la salida de algún colegio (mejor si es de primaria), en alguna reunión de tupper-ware o en un centro comercial los primeros sábados de cada mes.
La trayectoria del marido una vez liberado —y esa es la gracia— se puede seguir luego sin ninguna dificultad a través de la web en cuestión.
Al acceder a ella, lo primero que llama la atención es la hospitalidad del sitio: «Has llegado a un lugar amistoso y te damos la bienvenida a nuestra comunidad de liberadoras de maridos». En la parte superior destaca un mensaje en letras rojas: «¿Has encontrado un marido con la etiqueta de HusbandCrossing? Si es así, por favor haz una entrada en el diario, ¡enseguida!». Al entrar en el diario, el usuario recibe nueva información:
«¿Encontraste un marido HusbandCrossing? Si es así, gracias por llegar hasta aquí. ¡Estamos contentos de contarte entre nuestros amigas! Hay al menos una usuaria anterior de tu nuevo marido que estará muy feliz de saber que está en buenas manos. Tan pronto como hagas una entrada en el diario en referencia al marido que has encontrado, nuestro sistema enviará un email a el/los miembro/s que hayan disfrutado de él antes. Y algún día en el futuro, asumiendo que le abandones de nuevo una vez lo hayas utilizado, ¡sabrás que bien se siente una!”.
Yo misma, atraída por la novedad, liberé hace tiempo un marido (número de registro RA-281095) dejándole en el Puerto Olímpico de Barcelona una noche de sábado. Al acceder hoy, cinco años después, a su página de seguimiento, he obtenido la siguiente información:

Alita from Vilanova y la Geltrú. Mal amante pero muy hogareño. Idóneo para ir al cine a ver películas de acción (pagando tú la entrada). Released in Hotel América de Sitges, Barcelona, Spain. A la media hora ya no estaba.

Browneygirl, from Madrid. Dejé al marido en las escaleras de la estación de metro de San Bernardo. Al día siguiente se lo habían llevado. Me parece una buena idea pero él era un poco flojo.

Spiderwoman, from Valverde de Leganés (Badajoz). Ejemplar algo estropeado. No muy bien dotado (algunas malformaciones, creo que congénitas). Se lo presté a mi prima, recién separada, mamá de 2 niños. No me dijo nada de cómo le fue. Lo tuvo en casa 3 años para ahorrarse dinero en canguros. Luego lo abandonó en el AVE Madrid-Toledo (compartimento de equipajes).

Es la última pista registrada. Si ha tenido más usuarias (o usuarios) no han optado por registrarse o han roto la cadena. Al lado de su número de registro HusbandCossing, aparece ahora una maleta con patas, lo cual indica que en este momento podría estar desplazándose de un lugar a otro, deseando que alguien le encuentre.
Sólo me queda añadir mi gratitud hacia HusbandCrossing y sus responsables. No sólo ofrecen una salida digna para quien, como yo, no soportaba más a sus legítimos. También nos recuerda el valor del reciclaje: siempre hay alguien que puede sacar un buen provecho de lo que a ti ha dejado de interesarte.

19 de abril de 2006

Las simpatías del biógrafo

Ian Gibson acaba de publicar Ligero de equipaje, una biografía de Antonio Machado (Aguilar). Preguntado por las diferencias entre sus trabajos sobre Lorca, Dalí o ahora Machado y el que dedicó a Camilo José Cela, Gibson fue así de sincero:

"Cela fue una sugerencia de la editorial, que acepté pero al que no le dediqué mucho tiempo. Para mí, Cela, el hombre que supo ganar es una aproximación al personaje. Además, no me caía bien y no quería dedicarle tanto tiempo como he dedicado a Lorca, a Dalí y a Machado. Pero yo me identifico más con los marginados, con los personajes que han sufrido."

¿Se os ocurre algo más desatinado que biografiar a alguien que te cae mal? Sí, sólo una cosa: encargar una biografía a alguien que no soporta a su biografiado.

18 de abril de 2006

BookCrossing

Con la finalidad de prepararme física y psicológicamente para el día del libro, he decidido sucumbir a una de las últimas modas tontas de Internet: el BookCrossing. Su inventor, un estadounidense llamado Ron Hornbaker, inventó el concepto de «liberar» libros en lugares públicos.
Para convertirse en un liberador de libros sólo hay que escoger un título de tu biblioteca, registrarlo en la web de bookcrossing (en inglés), pegar en su primera página unas sencillas instrucciones junto con un número de serie que ellos facilitan al finalizar el registro (también se puede escribir a boli, pero es menos elegante) y a continuación abandonarlo en algún lugar donde alguien pueda encontrarlo. Hay lugares buenos y malos para el bookcrossing.
Sus responsables alertan del exceso de celo de aeropuertos u oficinas de trámites gubernamentales (en Estados Unidos sobre todo, claro), donde lo más probable es que tu liberado libro acabe prisionero de la oficina de objetos perdidos, de donde nadie lo rescatará jamás. En cambio, los transportes públicos o las estaciones son buenos lugares, dicen. También hay sitios emblemáticos, como el hueco de cierto árbol de la calle Consejo de Ciento de Barcelona. Los liberadores de libros, eso en lo que he decidido convertirme, incluso tenemos ya nuestro día y nuestra fiesta (ya se sabe: nada existe realmente hasta que se le asigna un día en el calendario). El próximo 23 de abril, sin ir más lejos, va a producirse en más de una docena de ciudades españolas una “liberación masiva de libros”. Sólo tenéis que seguir los pasos descritor y abandonar un libro. En Internet, y gracias al número de registro que habréis conseguido, podréis seguir sus pasos. Investigando descubro, por ejemplo, que los liberadores españoles han decidido dar la libertad a once ejemplares de libros míos. Por ahí andan Okupada, La muerte de Kurt Cobain y hasta Hot Dogs, corriendo de mano en mano y de estación en estación. Bookcrossing ha conseguido 207.000 personas registradas, y el intercambio de 780.000 libros.
Para empezar a ser liberadora de libros, elegí tres volúmenes: Corazón tan blanco, de Javier Marías, en nueva edición anotada y prologada de Crítica; La bombilla que flota, de Woody Allen, en la edición de bolsillo de Tusquets y, por supuesto, uno mío: mi descatalogada primera novela, El tango del perdedor (Alba, 1997). Como Javier Marías es un ser petulante y orgulloso, decidí dejar su obra en algún lugar donde tuviera contacto con la gente de la calle. Nada mejor que mi mercado favorito: el de la Plaza de Cuba de mi emérita ciudad, Mataró. Lo dejé sobre una báscula, mientras la señora no miraba. Como curiosidad, me fijé en que pesaba 650 gramos.
Para Woody Allen elegí algo más acorde con su idiosincrasia: la sala de espera de mi ginecólogo, en Barcelona. A los veinte minutos había desaparecido.
Por último, para mi novela he elegido un destino más lejano. Aprovechando que el día 25 me voy a Miami, he decidido llevarla conmigo y abandonarla allí, en algún lugar que me parezca apropiado para ella, o tal vez en el avión.
Si encontráis alguno de ellos en esta biblioteca inmensa y gratuita en que los BookCrossers quisiéramos convertir el mundo, ya sabéis de dónde viene. Acogedlo como se merece.

17 de abril de 2006

Aburridos sexuales

¡Yo también soy Aries!, me dicen últimamenmte, entusiasmadas, el 23 por ciento —más o menos— de las personas que conozco. Claro, queridos, queridas, ¿y acaso nunca os habéis peguntado por qué somos tantos los Aries? Quitadle nueve meses a nuestra fecha de nacimiento y estaremos en el delicioso periodo vacacional de nuestros padres ene años atrás. Ya lo dijo hace no tanto la encuesta sobre hábitos sexuales realizada por la admirada casa Durex: los fines de semana, las vacaciones y las fiestas de guardar siguen siendo el mejor momento para la coyunda, matrimonial o no. En la citada encuesta, por cierto, quedó bien claro que somos acomodaticios y un poco aburridos. El 96% de la gente prefiere la cama a cualquier otro lugar. La cocina, en plan escena estelar de El cartero siempre llama dos veces, sólo la elige un 8%. Fuera de casa, el lugar preferido es el coche (12%) pero digo yo que eso tendrá su edad y su moemnto, ¿no? Las posturas estrella son: ella encima (un clásico, como el Barça-Real Madrid; 29%) o la enigmática «por detrás» (33%): ¿Seré demasiado complicada o aquí faltan datos para saber qué le gusta exactamente a la peña?
Por último, un dato revelador: sólo el 14% de las parejas heterosexuales utiliza juguetitos (y no valen velas o ropa provocadora, chicos, que eso no son juguetitos). Los que más los utilizan son los bisexuales (28%) y los homosexuales (25%), que nos ganan en imaginación por goleada. ¿Por qué los hetero no? He aquí algunas respuestas lamentables:
1) Para no acostumbrarse a ellos y preferirlos a la pareja (¿os imagináis?: Pepe, hoy duermes en el sofá, yo dormiré con el vibrador (réplica de Nacho Vidal, 22 cm., tres velocidades, látex super resistete).
2) Porque no les hace ninguna falta (jé, ay qué risa).
3) Porque no se lo han planteado (peor aún).
En fin.
Hace algunas semanas compartí con mi mejor amiga una experiencia única, que os recomiendo. Entramos en una sex-shop y compramos vibradores y otras chucherías. Parecíamos dos lesbianas. Y, además, estábamos muy orgullosas de parecerlo.

* Por cierto, para dar con la refrescante ilustración superior, he intentado dos búsquedas en Yahoo: «plátano» (héla) e «higo». Ningún problema con la primera. Al intentar la segunda, he tropezado con un mensaje del servidor: «Los resultados de la búsqueda higo pueden contener contenidos para adultos». Emocionada, intento con «nabo». Ninguna alerta: algunas fotos de la verdurita en cuestión, algunos señores muy ufanos de criar sus nabos (los vegetales) y nada más. Otra desolación: al buscador de Yahoo tampoco le entiendo.

16 de abril de 2006

Marcianos vaticanos

En la Casa dels Concilis de Tarragona, muy cerca de la Catedral, se acaba de inaugurar el Museo Bíblico, donde puede admirarse, según leo en La Vanguardia, una reproducción de la Sábana Santa, fragmentos de las pinturas de las catacumbas de Roma (originales), una maqueta del Templo de Jerusalén, un cocodrilo disecado de Tebas o la momia de un halcón, proveniente de un enterramiento egipcio. He de reconocer que no esperaba esas veleidades zoológicas en el museo bíblico tarragonés. Todas las piezas fueron reunidas por el canónigo Josep Vallès durante sus numerosos viages a Tierra Santa, dice la noticia. Ya imagino al santo hombre expoliando antigüedades con exaltación cristiana.
Como todo el mundo sabe, el tráfico ilegal de obras de arte no es pecado. No ha dicho nada de ello, por lo menos, la Instrucción Pastoral que en estos días pascuales me ha tenido henchida de misticismo. Hablo del escrito otorgado por la Conferencia Episcopal Española y titulado «Teología i secularización en España. 40 años después delConcilio Vaticano II». Esto de los 40 años después lo especifican por si alguien puede llegar a pensar que el texto es contemporáneo del Vaticano II o incluso anterior. De hecho, me temo que el emperador Constantino era más moderno que la mencionada Instrucción.
En ese texto, la conferencia episcopal ha llamado públicamente al orden a algunos de sus más destacados discípulos, considerando que ofrecen «una concepción deformada de la iglesia». Concepción que han comparado con una patologia que afecta a un cuerpo humano y que conviene eliminar. Y eso han hecho, pública y notoriamente: extirpar patologías.
Marciano Vidal —qué afortunado nombre, en estas circunstancias— ha sido uno de los regañados. Este teólogo leonés de 65 años, muy influyente desde los años 70 y traducido a muchos idiomas (entre ellos el coreano) se atrevió a justificar en sus escritos conductas tan desviadas como la homosexualidad, la masturbación, la contracepción o la reproducción asistida. Válgame Dios. ¿Es cierto lo que leo? ¿Se atrevió el reverendísimo a afirmar que poner impedimentos a parir cada año es pecado, por ejemplo? ¡Me hago cruces! Por todo ello, con toda lógica, fue obligado por el pontífice Ratzinger-Z a retractarse públicamente, como un Galileo cualquiera (aunque con consecuencias más graves, porque al fin y al cabo que la tierra fuera redonda o plana no afectaba a la gente de a pie). Qué aficionada es la iglesia a esos «donde dijiste Digo di ahora Diego, guapo, o verás lo que es bueno».
Veamos un segundo ejemplo. El sacerdote jesuita Anthony de Mello, nacido en Bombay en 1931, ciudad donde murió en 1987. Sus doctrinas, seguidas por muchos fieles, son perniciosas por motivos algo menos inteligibles para esta humilde cronista matutina aunque la caza de brujas contra él es mucho más antigua. Ratzinger era cardenal cuando hizo que Juan Pablo II firmara una amonestación contra el jesuita. ¿Los motivos? A ver si vosotros comprendéis algo: «Por sustituir la revelación de Cristo por una intuición de Dios sin forma ni imágenes, hasta el extremo de hablar de Dios como de un vacío puro». Aviso para navegantes (qué apropiado): ¿Habláis de Dios como de un vacío puro? ¿Sustituís su revelación por una intuición sin forma ni imágenes? Pues tened cuidado, porque cualquier día os acusan de ser «una causa de grave escándalo para la comunidad eclesiástica». Por menos se han creado iglesias.
En fin. El objetivo de la Instrucción con que empezó esta Pascua y que hoy me ha traído hasta el teclado con tanto arrebato era, como ya he dicho, corregir «la concepción deformada de la iglesia». ¿Pensábais acaso que había cierta esperanza de modernización? ¿Que entre los obispos actuales hay alguno que pueda arrojar alguna luz en el oscuro y triste camino de los fieles? Pues no. Por fortuna para los afectos a la época de las cavernas, los obispos se han encargado de extirpar patologías a la vez que dejan claro el ideario de la casa: no al sacerdocio femenino (qué enrollados, estos tipos), no a las uniones homosexuales (al matrimonio, horror, ni mentarlo, claro), no a las absoluciones colectivas (¿has pecado? Pues jódete). Ser homosexual es pecado, igual que abortar o practicar la eutanasia. Masturbarse también los es. Como fornicar, aunque tranquilos, en este caso aún hay una posibilidad: si se fornica dentro del matrimonio y con finalidades reproductivas, está bien. Lástima que fornicar así inhibe la líbido de ambas partes.
Qué negro panorama, hermanos, hermanas. Claro que, siguiendo el ejemplo de la Curia, siempre nos queda entregarnos con entusiasmo al robo de obras de arte en Tierra Santa. Lástima no haberlo sabido un poco antes, porque nos podríamos haber montado unas vacaciones de Pascua de lo más alternativo.
Feliz último día de fiesta, visitantes.

15 de abril de 2006

Errare humanum est

Robert Louis Stevenson, el creador de La isla del tesoro, recomendaba a los escritores que jamás se sentaran a escribir sin un calendario y un mapa, para evitar así algunos errores que a él le gustaba afearle, sobre todo, a Walter Scott, a quien no soportaba Por ejemplo, señalaba uno muy divertido en El señor de Ballantrae, donde un jinete recorre en un día la distancia que le separa de su amada. El mismo camino, a la vuelta, lo hace en dos horas y media. ¿Sería acaso, que al enamorado se le eternizó la ida o que a la vuelta tomó la autopista?

He aquí algunos otros ejemplos de gazapos literarios, clásicos y no tan clásicos. Como quedará claro, uno de los problemas más graves con que tropezamos los autores es la descripción de los rasgos físicos de los personajes.

-La cicatriz en la mejilla de Rochefort, de Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas: en la pagina 29, le cruza la mejilla, en la 60 la tiene en la barbilla y en la 70 en la sien.

-El color de ojos de Emma, la protagonista de Madame Bovary, de Gustave Flaubert cambia tres veces a lo largo del libro. De miel a azul y de azul a negro. Fascinante.

-Las lágrimas del tuerto: En Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari, se cuenta que Sinuhé compra un esclavo tuerto que es uno de los personajes secundarios de mayor importancia en la historia. Habla en varias ocasiones de su sirviente como "cíclope", en alusión a su único ojo. Casi al final, el cíclope, Kaptah, aparece con "los ojos llenos de lágrimas".

-Los bichos raros de Eco. En Baudolino, Umberto Eco (capítulo 32) dice que Baudolino y sus compañeros acuerdan entrenar a unos de los extraños habitantes de Pndapetzim, los PANOCIOS, para volar, ya que poseen unas orejas muy grandes. En un mismo párrafo se dice que Colandrino acostumbraba a los PONCIOS a volar (los poncios son otros raritos: tiene los órganos sexuales en el vientre) y que no se podía circular por la ciudad de Pndapetzim porque en cualquier momento te caían un PANOCIO en la cabeza. Un lío, ni el autor se aclara.

-El viaje interminable. En Bola de sebo, de Guy de Maupassant los personajes viajan once horas, según se dice. Pero si se suman bien los datos del autor (cuatro veces dos horas de reposo a los caballos = 8 horas + 6 de camino), dan 14.

-Extraterrestes lerdos. En Cazadores de sueños, de Stephen King, los extraterrestres envían una serie de números primos para demostrar su inteligencia, pero incluyen el 27, que no es primo.

-Tinte rápido. En El señor de las moscas, William Golding, se dice de Jack: "su pelo rojo resaltaba bajo la gorra negra.". Más adelante se habla de "su cabellera rubia, bastante más larga que cuando cayeron sobre la isla."

-Ojos cambiantes. En Hermosos y malditos, de Francis Scott Fitzgerald, se nos dice cuando se nos presenta al protagonista, Anthony Patch, que tiene los ojos azules. Hacia la mitad del libro, son negros. Al final, vuelven a ser azules. Sin duda esta es una patología que afecta a los seres de ficción. La misma que aquejó a Emma Bovary. A Fitzgerald le habría venido bien el calendario del que hablaba Stevenson: la acción se nos dice que transcurre en febrero, luego en mayo, y al final vuelve a ser febrero.

14 de abril de 2006

75 aniversario

CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA

Art. 1º. España es un República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.
Los poderes de todos sus órganos emanan del pueblo.
La República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los Municipios y las Regiones.

Art. 2º. Todos los españoles son iguales ante la ley.
Art. 3º. El Estado español no tiene religión oficial.
Art. 4º. El castellano es el idioma oficial de la República.
Todo español tiene obligación de saberlo y derecho de usarlo, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconozcan a las lenguas de las provincias o regiones. Salvo lo que se disponga en leyes especiales, a nadie se le podrá exigir el conocimiento ni el uso de ninguna lengua regional.
Art. 6º. España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional.
Art. 7º. El Estado español acatará las normas universales del Derecho internacional, incorporándolas a su Derecho positivo.
Art. 11º. Si una o varias provincias limítrofes, con características históricas, culturales y económicas, comunes, acordaran organizarse en región autónoma para formar un núcleo poliadministrativo, dentro del Estado español, presentarán su Estatuto con arreglo a lo establecido en el artículo 12.
Art 21º. El derecho del Estado español prevalece sobre el de las regiones autónomas en todo lo que no esté atribuido a la exclusiva competencia de éstas en sus respectivos Estatutos.
Art 26º . Todas las confesiones religiosas serán consideradas como Asociaciones sometidas a una ley especial. El Estado, las regiones, las provincias y los Municipios, no mantendrán, favorecerán, ni auxiliarán económicamente a las iglesias, Asociaciones e Instituciones religiosas.
Art. 27º. La libertad de conciencia y el derecho de profesar y practica libremente cualquier religión quedan garantizados en el territorio español, salvo el respeto debido a las exigencias de la moralidad pública.
Los cementerios estarán sometidos exclusivamente a la jurisdicción civil. No podrá haber en ellos separación de recintos por motivos religiosos. (...) Todas las confesiones podrá ejercer sus cultos privadamente. Las manifestaciones públicas del culto habrán de ser, en cada caso, autorizadas por el Gobierno.
Art. 44º. Toda la riqueza del país, sea quien fuere su dueño, está subordinada a los intereses de la economía nacional (...) con arreglo a la Constitución y a las leyes.
La propiedad de toda clase de bienes podrá ser objeto de expropiación forzosa por causa de utilidad social mediante adecuada indemnización, a menos que disponga otra cosa una ley aprobada por los votos de la mayoría absoluta de las Cortes. Con los mismos requisitos la propiedad podrá ser socializada.
Los servicios públicos y las explotaciones que afecten el interés común pueden ser nacionalizadas en los casos en que la necesidad social así lo exija.
El Estado podrá intervenir por ley, la explotación y coordinación de industrias y empresas cuando así lo exigieran la nacionalización de la producción y los intereses de la economía nacional.
Art. 52º. El Congreso de los Diputados se compone de los representantes elegidos por sufragio universal, igual, directo y secreto.
Art. 53º. Serán elegibles para Diputados todos los ciudadanos de la República mayores de veintitrés años, sin distinción de sexo ni de estado civil, que reúnan las condiciones fijadas por la ley electoral.


Nota para navegantes: La fotografía sobre estas líneas corresponde a la celebración del 14 de abril de 1931 frente al Ayuntamiento de Mataró, ciudad en la que nací y persisto. Mi ciudad, con gobierno socialista, prepara homenajes a los 75 años de la desafortunada II República.

Irène Némirovsky (1903-1942)

Era sólo una adolescente cuando su familia se exilió a París desde su Kiev natal a causa de la Revolución de Octubre de 1917. En París vivió y se licenció en Letras en La Sorbona. Toda su obra la escribió en francés, idioma que dominaba a la perfección, como una segunda lengua madre. En 1929 envió su primera novela a un editor francés. Durante la Segunda Guerra Mundial fue deportada a Auschwitz, donde moriría junto con su marido, Michel Epstein, a los 39 años. Sus hijas, muchas décadas después, rescataron sus manuscritos. El primero que entregaron a los editores fue Suite francesa, una novela que de inmediato se convirtió en un éxito, no sólo en Francia (en España Salamandra la publicó elaño pasado). Esta segunda obra, El baile, que acaba de publicar en castellano el mismo sello barcelonés, apareció en Francia por primera vez en 1930, pero no fue hasta 1986 que se tradujo a nuestro idioma.
En esta nouvelle, Némirovsky retrata sin ninguna piedad a los nuevos ricos, enriquecidos de la noche a la mañana a causa de sus negocios en bolsa. Kampf, el protagonista, es un burdo señor que ha hecho rápidas riquezas y al que acompaña una señora todavía más burda, hasta rozar la caricatura. Némirovsky parece divertirse con sus descripciones despiadadas. Valga un ejemplo, que corresponde al momento en que la señora de la casa se arregla para el baile que da título a la historia:
A toda prisa, como si acudiera a una cita amorosa, arrojó a un lado la bata y empezó a vestirse. Se puso las medias, los zapatos y el vestido, con esa habilidad especial de quienes se las han arreglado sin doncella toda su vida. Las joyas... tenía un cofre lleno. Kampf decía que eran la inversión más segura. Se puso el gran collar de perlas de dos vueltas, todos sus anillos, brazaletes de diamantes que le envolvían los brazos desde la muñeca hasta el codo; después fijó al cuerpo del vestido un gran dije adornado con zafiros, rubíes y esmeraldas. Brillaba, centelleaba como un relicario. Retrocedió unos pasos, se miró con una sonrisa feliz... ¡La vida comenzaba al fin!

Con todo, El baile es una novela terrible. La historia de una venganza. Una llamada de atención sobre lo que de verdad es importante en la vida. Una divertida radiografía de la sociedad de su tiempo. Y un análisis hábil de sus personajes, sobre todo de las mujeres: Antoinete, la hija; Rosine, la señora de la casa e Isabelle, la profesora de piano.

13 de abril de 2006

Un jueves santo diferente (o Hacía meses que deseaba hacer esto)


Mataró, 13 de abril de 2006

Señor Obispo de la Diócesis de Barcelona:
La abajo firmante, en pleno uso de mis facultades y derecho, mayor de edad
MANIFIESTO:
PRIMERO.- Que el canon 383.1, establece: «Al ejercer su función pastoral, el Obispo diocesano debe mostrarse solícito con todos los fieles que se le confían (...), así como con quienes se hayan apartado de la práctica de la religión».
SEGUNDO.- Haber sido bautizada en la fe católica por decisión de mi familia, presuponiendo cuales debían ser mis convicciones morales y religiosas, y negando por tanto, la plena libertad para emitir un juicio personal libre y consciente.
TERCERO.- Haber meditado suficientes años, haciendo uso de mi derecho a la libertad de conciencia y a mi capacidad de razonamiento crítico, sobre el significado de mi adscripción a la fe católica, y por consiguiente a la Iglesia Católica.
CUARTO.- Mi profundo convencimiento que la fidelidad a la propia conciencia es un derecho constitucional reconocido por la legislación nacional e internacional y a la cual ninguna entidad privada o pública puede oponerse.
Por lo expuesto rechazo la fe cristiana y, en concreto, la católica y me considero incursa en apostasía tal y como la define el cánon 751 del Código de Derecho Canónico, por lo que

REQUIERO:
1º Mi exclusión a todos los efectos (incluso los estadísticos), del registro de personas bautizadas a la fe católica y el reconocimiento del acto de apostasía que por esta declaración expreso.
2º Y ruego de las instrucciones oportunas para que se me envíe acuse de recibo ORIGINAL de la presente carta, con fecha de entrada, firmada y sellada convenientemente.

Firmado: Care Santos Torres

* Ruego traslade este documento al responsable de su iglesia en la denominada Parroquia de Sant Josep, de Mataró (Barcelona), donde fui bautizada. Adjunto para tal fin fotocopia compulsada de mi Documento Nacional de Identidad.

Nota: La foto que ilustra esta carta que hoy he dejado en el buzón corresponde a un grupo de enfervorizados boy-scouts, demostrando con una danza casi tribal su alegría por asistir a los Encuentros Internacionales de la Juventud de Benedicto XVI, el pasado julio en la ciudad alemana de Colonia. ¿Os parecen motivo suficiente para querer causar baja?
CONTINUARÁ...

12 de abril de 2006

E de Espiral (Palabrario personal)

En algún lugar del mundo alguien debe de sentirse en este mismo instante terriblemente infeliz. Tal vez alguien que acaba de perder a su padre y se esfuerza por comprender que, aunque existiera un reencuentro más allá de todo, sería demasiado largo el camino a recorrer. Tal vez alguien esté oculto bajo su sábana mientras las heladas palabras taladran su presente y su futuro, cegando las salidas de su laberinto. O tal vez ahora mismo alguien esté pensando que no existe solución a la negrura, al desasosiego, al dolor y al insomnio.
En alguna lejana ocasión, otro que se había sentado a esperar con placidez, después de terminar las obligaciones diarias, quizás adivinara mi dolor mientras a mí las palabras me taladraban el presente y alcanzaban este futuro feliz que me conforma, mientras la oscuridad de mis noches jugaba a alternar insomnio con pesadillas o acaso mientras yo tratataba de comprender por qué mi padre había muerto.

11 de abril de 2006

Cuestión de principios

En su especial Feria del Libro, la revista digital Literaturas.com publicará una encuesta con un buen número de escritores en la cual se nos pregunta si dejaríamos que una sola de nuestras obras se pudiera descargar gratuitamente desde Internet. No sé qué dirá la gente, pero yo responderé que no, que no permitiría que ninguna de mis novelas se pudiera descargar gratuitamente en la red. Es cuestión de principios, además de supervivencia. No vale nada aquello a lo que no se le otorga un valor, ni que sea simbólico. Voy a poner un ejemplo: Stephen King publicó hace unos 4 o 5 años una de sus novelas en la Red. Creo recordar que la "vendía" a 2,50 euros. Un precio, por otra parte, que nada tenía de simbólico: más o menos esa cantidad es la que el estadounidense recibe por cada uno de los libros vendidos en una librería. El 10 por ciento reglamentario, como todos. El 12 por ciento, tal vez, en su caso: una prebenda que los editores reservan a los que son capaces de vender tanto como él. Cobrando 2,50 euros en Internet lo más probable es que King cobrara más aún de que suele recibir por cada ejemplar vendido. Esa modalidad de edición permite, entre otras cosas, una relación más directa entre autor y lector. También permite prescindir de los editores, lo cual conlleva ciertas ventajas (y también ciertos inconvenientes). Aunque entraña también un innegable riesgo esa relación directa. El mayor es la falta de rigor: aunque me pese reconocerlo, los editores juegan un importante papel a la hora de cribar de entre todo lo que reciben aquello que, en su opinión, debe llegar a las librerías. Que muchas veces se equivoquen no significa que no sean necesarios.
Del mismo modo, es necesario recordar al lector que una novela no es algo que surja por arte de magia. Que tiene su valor. Un valor económico, además de todos los demás. Y no sólo porque los escritores poseemos extraños metabolismos acostumbrados a tres comidas diarias, también porque los placeres puros, como recordaba César Mallorquí hace un par de días en su blog, siempre cuestan dinero. Irse de putas cuesta dinero, decía él, con acierto. Por supuesto. Y comprar una novela es algo parecido a irse de putas.
Así que, queridos visitantes, tendréis que esperar toda mi vida y los 70 años de rigor tras mi muerte hasta que se liberen los derechos de cuanto he escrito y podáis descargar mis novelas en Internet. Suponiendo, claro está, que por aquel entonces —calculo que, más o menos, podemos estar hablando del año 2115— alguien recuerde que alguna vez existí y escribí cosas, o quede alguien con ganas de leer, o quede alguien con ganas de algo, o quede humanidad (y no nos haya destruido el cambio climático, los herederos biliosos de Bush o Bin Laden, otro impacto de meteorito, el loco iraquí o un puñado de marcianos cabreados, como los que creó Fredric Brown).
De entre todas las posibilidades, ésta última sería la mejor. Por lo menos, unas risas.

10 de abril de 2006

Un día cualquiera

Parar el despertador. Cinco minutos más. El llanto de Álex, que no está de acuerdo con mi pereza. El primer biberón. Zapatos, chaquetas, desenredar los rizos gemelos de los míos de mi hija Elia. La carrera matutina para llegar a tiempo al colegio. Ordenador. Teléfono. Mi agente, algún editor, las chicas de mi suplemento. Trabajo hasta la hora de comer. Comer temprano, ni cinco minutos después de la hora debida. Biberones, llantinas. Siesta del bebé. Escritura con interrupciones (o sin, si no atiendo al teléfono, como suelo: los contestadores se inventaron para gente como yo). La obligación diaria de llegar a la tercera página de lo que tengo entre manos. Otras hierbas: buscar huecos en la agenda, organizar viajes, pedir hora para las vacunas, contestar el correo (los peor parados siempre: los amigos). Preparar envíos para el correo del sábado. Montar el puzzle del horario de las canguros. Confundir los horarios, las canguros, los días (mi despiste aún no está tan domesticado como debiera). Leer algo, a salto de mata, maldiciendo la falta de tiempo. El regreso de los niños. Adrián me cuenta qué ha comido en el cole. "Hamburguesa con las manos", dice siempre (sólo de tarde en tarde es verdad, claro). Esponjas, champú, patos de goma de color fucsia. Cena, conversación minimalista. Últimos juegos entre el cansancio. Último biberón. Cuento, el de siempre, sin cambios, por enésima vez. Los muñecos también se meten en la cama, también se tapan, también están cansados. Silencio. Escritura plácida, relajada. Un par de horas, como mucho. Los últimos minutos del día refugiada en un libro ajeno. Disfrutar de la tranquilidad efímera. Desear que el bebé no se despierte. Programar el despertador para el día siguiente.

9 de abril de 2006

Inquietantes autómatas



Esta Olimpia nos ha inquietado mucho y no queremos tratarnos con ella; se comporta como un ser viviente, aunque en realidad sus relaciones con la vida son muy extrañas.
Honorables damas y caballeros, ¿no se dan cuenta de cuál es el quid del asunto? ¡Todo es una alegoría, una absoluta metáfora!

E.T.A Hoffman, El hombre de arena

8 de abril de 2006

Cerrado por cumpleaños


«Un escritor no escribe nada realmente notable hasta pasados los 40»
Amigos, amigas: ya sólo me quedan 4.
Para celebrarlo, os regalo un cuento, Seis,
que podéis leer en Gazpacho.

7 de abril de 2006

Café con libros en Pamplona

No tengo miedo a la muerte. A la propia, me refiero. La ajena me da pánico. Ayer dije esto frente a los tertulianos de Café con libros, una tertulia que funciona desde hace tres años en la Biblioteca del Civican, de Pamplona. Una gente encantadora, por cierto. La muerte no está más lejos de ustedes que de mí por el hecho de que yo sea algo más joven, añadí. La muerte está equidistante de todos nosotros. Les expliqué algo que pocos saben: que hace unos meses escribí un textito donde agradezco a los asistentes a mi funeral haber perdido el tiempo en venir y donde les digo que celebren mi ausencia con el recuerdo y la alegría, dos cosas en las que creo fervientemente. Por último, les confesé que por ahora no tengo la intención de morirme: mis hijos me necesitan demasiado. El día en que para ellos ya no sea imprescindible, en que sólo sea un obstáculo para la evolución, la muerte no me parecerá mal. He vivido mucho más y con mucha más intensidad de lo que esperaba. He recolectado cosas que no sabía haber sembrado y las cosechas han sido casi siempre cuantiosas (en lo bueno y en lo malo). Me considero, pues, bien pagada por la vida. He escrito mucho. No me voy de vacío. Dejo algo a mi paso. Sé que hay gente que me quiere. Mi muerte no será ningún drama.
Después de tanta frase jactanciosa, los asistentes a la tertulia parecían querer que cambiara de opinión: «Con la de historias bonitas que tienes por escribir, mujer, cómo hablas de morirte», me dijo una de las presentes, con una sonrisa encantadora. Pero la frase que más me tocó el corazón fue la de uno de los pocos señores asistentes. «No quiero que te mueras», me dijo, «porque quiero leer todo lo que escribas en los próximos diez, quince o veinte años».
Tamaño piropo no puede quedarse sin reacción. Caballero, mis próximos diez, quince o veinte años de ficción irán por usted. Y también esta entrada de hoy.

Alberto Insúa, el bonito

En uno de mis innumerables viajes últimos me encontré en el Altaria Madrid-Barcelona con Paula Izquierdo. Mantuvimos una conversación casual, circunstancial y algo sosa mientras una señora casi nonagenaria nos observaba con interés. Cuando Paula se apeó (enTarragona), pese a que yo regresé al compulsivo aporreamiento de las teclas del mismo ordenador en el que ahora escribo esto, la señora nonagenaria se empeñó en entablar conversación conmigo. "Hay quientiene un hijo hiperactivo", dijo, para romper el hilo."Mis hijas, en cambio, dicen tener una madre hiperactiva". Alertada gracias al espionaje anterior de mi condición de escritora, la señora consideró oportuno hacerme saber cuáles habían sido sus lecturas de jovencita. Nopodían ser más eclécticas: tanto había devorado a Stephan Zweig como admirado a Corín Tellado. Me habló maravillas de las hermanas Bronte, de Blasco Ibáñez y de Alberto Insúa. Coño, pensé, aún le sobrevive algún lector a Alberto Insúa. "Sus novelas eran tan bonitas", dijo en un suspiro mi compañera de viaje, arrugando los labios a la vez que las mejillas y elevando los ojos en un aire de santidad. Bonito. Qué adjetivo tan cándido, tan inocente, tan ingenuo, aplicado a una novela. Todos, en el fondo, aspiramos a escribir novelas de las que se pueda decir que son bonitas. Alberto Insúa fue uno de los escritores más populares de los años 30 y 40. Su nombre real era Alberto Galt Escobar, era cubano, nacido en La Habana en 1885. Se trasladó a España muy joven y en Madrid ejerció el periodismo (El País, El Imparcial, Blanco y Negro y Nuevo Mundo). Durante la I Guerra Mundial fue corresponsal del Abc en París. En 1909 publicó su primer libro, una novela erótica bajo el estupendo título de La mujer fácil. Fue, pienso, demasiado para su época: enseguida abandonó tan sicalípticas intenciones y se centró en la novela sentimental, que sería lo suyo. En ese terreno triunfó. Fue, de hecho, una especie de precursor, 30 años antes, de Antonio Gala. Una de sus obras más conocidas, traducida "a muchos idiomas" según rezan sus fichas biográficas, fue El negro que tenía el alma blanca. De hecho, sus títulos son más que ilustrativos: Aquel hombre... (puntos suspensivos incluidos, claro), Amor prohibido, El amante invisible. Mirad éste: La mujer, el torero yel toro (a la mujer y al torero podemos imaginarlos pero, ¿y el toro, qué pintará aquí?). Sus memorias, publicadas en tres volúmenes de casi 700 páginas se llamaron Amor, viajes y literatura. También es bonito, sin duda. Alberto Insúa daría para un debate acerca del alcance de la posteridad. Sigues vivo mientras alguien te recuerda, digo si pienso en mi compañera de tren. Aunque hoy, salvo en librerías de lance, nadie recuerda al prolífico cubano. Hace no tanto tropecé con algunos de sus libros en una feria del libro de ocasión. Me divertí leyendo su pomposa biografía. Sentí cierta lástima porque nadie le recuerde, aunque su obra no merezca demasiada memoria (hay tantos que no la merecen y sin embargo gozan de ella) y, por supuesto, no compré ninguno. En el fondo, todos correremos esa suerte: seremos más o menos bonitos,pero al final, no habrá espacio en la memoria ajenapara nosotros.

* Por cierto: Como habrá observado el visitante sagaz, la foto es de Charlotte Bronte. De Insúa no hay imágenes en la red. Por lo visto, ni la posteridad ni la belleza dieron para tanto.

6 de abril de 2006

Chicas malas

Jezabel, Medea, Medusa, Dalila, Regan, Goneri, Lady Macbeth, la Reina de la Noche, niñeras envaradas, amas de llaves sibilinas, maestras odiosas...

Si fuera personaje de ficción y pudiera elegir, me gustaría ser la malvada de una buena novela.

5 de abril de 2006

Huida (microcuento)

Ariadna insistió tanto en que para su duodécimo cumpleaños quería una casa de muñecas, que terminó saliéndose con la suya.
—Eres ya muy mayor para estas cosas— le decía su madre.
Si no hubiera sido una niña tan enfermiza, siempre acosada por el fantasma de una dolencia terrible, no le hubieran consentido siempre todos los caprichos. Ariadna situó aquel tesoro recién conquistado en su habitación, en el centro del recuadro de sol que dibujaba en la moqueta el ventanal y desde ese día puso todo su esmero en cuidar de él.
Eligió una lana de cachemir suave y esponjosa, de su color favorito, para tejer una diminuta colcha. Blonda para las cortinas, hilo para las sábanas. Los platos, los hizo ella misma, irregulares y rudos, de barro cocido. Abasteció la despensa, limpió cada rincón, decoró el jardín con plantas en miniatura. La madre alertó al médico ante tanto celo por parte de su hija, pero el buen hombre no relacionó el comportamiento de su paciente con ninguna patología conocida. Sí llamó la atención a la familia, sin embargo, sobre el aspecto descuidado de Ariadna, que se arrastraba por la moqueta con el pelo desgreñado y sucio y con su camisón azul repleto de lamparones.
El siguiente capricho fue un muñeco. Ariadna salió de casa por última vez para ir a escogerlo. Se negó a visitar la juguetería de siempre. Llevaba el nombre de otra apuntado a bolígrafo en la palma de la mano. Allí pudo decidirse entre una treintena de modelos, demorándose mucho en la contemplación de cada uno. En algunos casos, pidió a la dependienta que los sacara de su caja para tocarlos o explorar mejor algún detalle. La madre se incomodaba. Finalmente lograron que Ariadna se decidiera por uno: media melena castaña, chaqueta de fieltro y pantalón negro de imitación de cuero.
Nada más llegar a casa, Ariadna ubicó al muñeco en la cama y lo tapó con la colcha de cachemir.
—Ya está todo —dijo, antes de acostarse sin cenar.
Por la mañana la madre llamó en vano a su hija para que bajara a desayunar. Repiqueteó con los nudillos en la puerta, pero no obtuvo respuesta. Alzó la voz para gritar su nombre, pero fue en vano. Cuando entró en la habitación de Ariadna, se asustó de encontrarla vacía. Buscó sin éxito por todos los rincones, pero la niña no apareció. Llamó a su marido y a la policía. Mientras esperaba a que llegaran volvió a subir hasta la habitación de la niña en busca de alguna explicación. Entonces reparó en la casa de muñecas, en el primor con que todo estaba dispuesto, en los cuadrados de luz que el sol dibujaba al filtrarse por las pequeñas ventanas, en la colcha de cachemir bajo la cual sonreían, muy apretados, dos muñecos: él, castaño y con chaqueta de fieltro; ella, de melena rubia y con un gastado camisón azul.

4 de abril de 2006

Impertinencias

Ayer les pregunté a los autores recogidos en Un diez. Antología del nuevo cuento catalán qué responden a ese comentario impertinente que antes o después le llega a todo escritor: alguien completamente carente de interés (muchas veces la vecina del segundo tercera, en el ascensor) te dice: «Un día, niña, te explicaré mi vida y te dará para escribir una novela».
Éstas fueron algunas de sus respuestas:
Jordi Puntí: «Yo escribo la vida de la vecina. Yo lo escribo todo.»
David ventura: «Nadie sabe que escribo, así que nadie me lo dice nunca.»
Albert Calls: «Como he trabajado cinco años en un Ayuntamiento, les doy una instancia y les digo: 'Tome, vaya rellenándome esto?'.»
Vicenç Pagès: «Le animo a escribirla él mismo y presentarla luego al Planeta.»
Xavier Gual: «Yo me veo incapaz de decir algo más gracioso de lo que ya se ha dicho.»
Y vosotros, ¿qué le decís a la vecina que os suelta eso en el ascensor? Por último, un consejo (no solicitado, es verdad) para quienes no sois escritores: nunca seáis la vecina del ascensor.

Desenlace

Finalmente, ayer no vino.
Cualquier día de estos hará dos años y un día.

3 de abril de 2006

Julio Ramón Ribeyro

Leí por primera vez a Ribeyro en Lima y en ediciones peruanas, como debe ser. Luego me compré sus Cuentos completos (Alfaguara) y hace poco, apenas un par de años, Seix Barral publicó sus diarios bajo el título La tentación del fracaso. A esos diarios pertenecen estas citas que hoy os sirvo, con el deseo de que os hagan buen provecho.
Es siempre bajo el imperio de emociones pasajeras que tomamos decisiones definitivas.
A tus amigos puedes dejar de leerlos, jmás a tus enmigos.
El odio es una forma de conocimiento.
El amor es una de las grandes aventuras que justifican la vida.

2 de abril de 2006

Estáis invitados


(Haced click en la imagen para verla más grande.)
Es inevitable pensar a quién te gustaría ver entre el público cuando presentas un libro. Mi padre, por ejemplo, que nunca me vio presentar ninguno. Mis hijos, dentro de unos años.
De los que están en edad y disposición para ir, pienso en uno, a quien me gustaría ver mañana. T.M.G. Hace casi dos años que no nos vemos, si no he perdido la cuenta. Qué cosas.

1 de abril de 2006

Los libros viajeros


Cuenta Nabokov en sus memorias que en la casa de sus padres cerca de San Petersburgo había una enorme biblioteca. Su padre, un aristócrata ruso a la antigua usanza, trataba a los libros, identificados con su ex-libris, como si fueran criaturas vivas. Con la llegada de la Revolución de Octubre, la familia tuvo que huir. Primero se instalaron en el sur, luego abandonaron el país para simpre. Algún destino europeo —París, donde conoció a Vera, la que sería su esposa, ayudante y musa— y luego Estados Unidos, que el autor convirtió en su segunda patria, también literaria, puesto que llegó a escribir en inglés. El destino de aquella fabulosa biblioteca paterna inquietó al joven Vladimir, como lo haría el resto de su vida.
Hay muchas bibliotecas viajeras sólo en Rusia: bibliotecas perdidas y recuperadas, bibliotecas vendidas por partes o completas, que otro autor compró. Alexandr Blok tuvo que malvender sus libros para no morir de hambre mientras la ausencia de carburante y el frío le impedían escribir: la tinta se le helaba en el tintero, qué impresionante. Turguéniev compró la biblioteca de Belinsky poco antes de ser desterrado. ¿Dónde terminarían aquellos libros? A mí también me inquietan este tipo de preguntas, que no hace mucho se formulaba un visitante de este sitio. Si no me inquietaran como lo hacen no sentiría, cada vez que compro un libro antiguo, que lo estoy rescatando de una muerte segura, que lo estoy adoptando. Y tampoco habría terminado El anillo de Irina con una historia de libros viajeros, perdidos y encontrados.
Pero terminemos la historia de Nabokov. Cuenta el autor cómo, muchos años después de su huida de Rusia, encontró libros con el ex-libris de su padre en la Biblioteca Pública de Nueva York, mientras buscaba bibliografía para alguna documentáción. Acarició el ejemplar, lo olió, lo recordó y lo dejó en su lugar. Sólo el libro sabría, como diría Guillén (Nicolás), qué largo camino anduvo para llegar hasta allí.
Por cierto, hay pocas cosas más tristes que un escritor obligado a malvender su biblioteca. Estos días, me anda rondando un cuento con ese asunto. Cuando deje de viajar y cuando termine mis compromisos, lo escribiré.
Este primer sábado de abril me parece un día idoneo para salir a buscar libros que merecen ser rescatados.