13 de enero de 2010

Navy Pier, Chicago: ver las cosas de otro modo sólo cuesta 5 dólares







* Las fotos son de finales de noviembre de 2009

1 comentario:

Max Dickens dijo...

Érase una vez un padre de familia. Su nombre, John. Su apellido, Wellington. Estaba casado con Helen y ambos tenían una pequeña casa en Denver, Colorado, USA. La casa era una maravilla. Tenía un jardín que Helen cuidaba meticulosamente todas las tardes. Regaba las flores, cortaba el césped y daba de comer a los pájaros. A Helen le encantaban los pájaros. Su favorito, el Cardinal. Se podía pasar tardes observando al pajarillo mientras su marido se dedicaba a vender casas por el estado.

Los Wellington tenían tres hijas. Ninguna de las tres superaba los ocho años. Miento, la mayor tenía nueve años. Se lo pasaban pipa cuando llegaban las Navidades. La madre preparaba pasteles de carne, el padre colocaba el árbol de navidad y las niñas se lanzaban bolas de nieve. Menuda familia, ¿eh?. Por las noches se sentaban en el sillón principal, se tapaban con una manta de pelo de oso y veían alguna que otra película mientras comían palomitas con azucar de naranja. La chimenea le hacía la competencia a los copos de nieve que caían fuera. Más que copos de nieve parecían hojas de papel. Por las mañanas, las hermanas se metían en la cama de sus padres y apuraban las últimas horas de sueño. Entonces el padre se levantaba, se afeitaba y bajaba a la cocina. Ponía una buena canción de música clásica y sacaba unos tazones. Los rellenaba con leche. Preparaba unos bollitos rellenos de chocolate para sus hijas y un cruasán con mermelada para su mujer. Subía todo a la habitación y así era como desayunaba la familia Wellington durante las Navidades.

Entonces llegó el día de los regalos. Las niñas jugaban con los vecinos. Helen preparaba pavo relleno y John ayudaba a su esposa con el pavo relleno. Cuando estuvo todo listo, el padre se asomó a la puerta y silbó un par de veces. Fiuu, fiuu. Al instante, las niñas entraban en casa dejando un rastro de agua en la entrada. Los cinco se preparaban delante de la puerta del salón. Entonces entraban mientras sonaba una canción de Vivaldi. ¿La canción? No me acuerdo, pero era Vivaldi, de eso estoy totalmente seguro. Las niñas buscaron los regalos con la mirada. Pero, ¡nada!. No había ningún regalo. Las hermanas se miraban una y otra vez. John empezó entonces con una oración. Luego con otra y así con tres más. Una de las niñas se atrevió con un, - "¿Y los regalos?". Entonces el padre sacó una cámara de fotos. Concretamente la Polaroid. La puso sobre un trípode y colocó a su mujer y a sus hijas delante del aparato. Puso la cámara en modo automático y cuando estuvieron bien colocados, FLASH!! Un disparo y luego otro. Sacó las imágenes y, - "Esto es el mejor regalo que muy poca gente puede tener". Una de las niñas levantó las cejas, a lo que el padre respondió, - "LA FAMILIA".