21 de julio de 2010

19 de julio de 2010

16 de julio de 2010

Qué Leer, especial literatura infantil y juvenil, julio 2010



* La foto es de Paula Santos Giménez

14 de julio de 2010

El pulpo adivino o por qué siempre existirá la literatura


Acabo de leer las declaraciones de un científico del CSIC, experto en pulpos, asegurando que el pulpo Paul no posee dones adivinatorios, sino una agudeza visual limitada. Esa es la razón por la que se decantó, una vez tras otra, por las banderas que resultaban más visibles a sus miopes ojos y añade, imagino que muy serio, que "los cefalópodos, por lo que sabemos, no son capaces de adivinar el futuro". Y dice aún más, dispuesto el científico a arruinarnos el día: "los pulpos viven un promedio de tres años". De modo que no podemos contar con Paul de cara al próximo Mundial de Fútbol, porque o es el Matusalén de los pulpos o habrá pasado a mejor vida.
La noticia, leo, consterna a los seguidores de
España. Muchos se habían hecho ya ilusiones de contar con este oráculo tentacular. La desilusión se palpa en Facebook, donde hay un montón de grupos que tienen como protagonista al pulpo Paul. "No sé mamá, pregúntale al pulpo", "Quiero que el pulpo Paul tome todas las decisiones importantes de mi vida" o "Hazle una pregunta al pulpo Paul", son sólo algunos ejemplos. Buena idea, pienso, esta de preguntarle todo al pulpo Paul. Mi sobrina, sin ir más lejos, le consultó hace sólo unas horas sobre si cierta persona era el amor de su vida y el pulpo, para gran satisfacción de toda la familia, le ha dado fundadas esperanzas.
¿Qué vamos a hacer, entonces, sin el
pulpo Paul? ¿Le crionizaremos? ¿Inventaremos ídolos de barro? ¿Abrazaremos los paraísos artificiales? ¿Escribiremos poesía?
El pulpo
Paul -me encanta decirlo: pul-po-paul, es todo tan oclusivo, tan primigenio, tan de primeras palabras- es la prueba más reciente de que la especie humana se lo cree todo. Es más: necesita creer en algo. Necesita pensar que existe algún ser en esta galaxia -da lo mismo que sea animal, mineral, vegetal o nada de lo anterior- que conoce nuestro destino en este viaje incierto. El pulpo Paul no es un adivino, estoy de acuerdo con el experto del CSIC. Es un icono. Un símbolo simple y simpático de la razón por la cuál la ficción nunca morirá. La necesitamos tanto como el oxígeno. Escuchamos, crédulos y entregados, todo lo que nos dicen, mientras en silencio afirmamos: cuéntame lo que quieras, querido, porque todo-todito lo tomaré al pie de la letra. Estoy programado para eso, para creerte. Es más: para soñar que tus palabras son la única verdad.
De modo que respirad felices, tristes del día, víctimas de los expertos en pulpos del CSIC: aunque muera Paul, nada logrará apagar su legado.
Somos
mentiranómanos. Ficcionadictos. Deliciosos seres mitad verdad-mitad cuentos chinos.
Otra cosa es: ¿qué clase de ficción perdurará?
Ajá, eso quién lo sabe. ¿Y si se lo preguntamos al pulpo
Paul, ahora que aún vive?

* La imagen de hoy, de syymza, tomada de Flickr

11 de julio de 2010

¿Cuántos veis?






10 de julio de 2010

Mañana iré a la primera "mani" de mi vida (traducción del post de ayer en este mismo sitio)


Hoy esta entrada habla catalán. Esto no ha pasado nunca, en este blog. Nunca sin traducción al castellano, por respeto básico a los (muchos) lectores que lo siguen en castellano. Pero hoy este blog sólo puede hablar catalán. No me saldrían estas palabras en otro idioma. No tendría ningún sentido. Hoy, hace ya unos días, estoy desengañada y triste. Por eso mañana iré a la manifestación que ha convocado Ómnium Cultural. Será la primera mani de mi vida. Y lo mejor es que ni siquiera he tenido que pensarlo: asistir me sale del corazón. Y ya hace tiempo que aprendí que hay que hacer lo que sale del corazón. Aunque después tenga consecuencias. O aunque no las tenga, que en este caso es peor.
Siempre he navegado entre dos aguas y, guste o no, lo continuaré haciendo. No por esta especie de tradición a nuestros valores más sentidos que quieren ver algunos, sino por amor a mi propia tradición, a mis propias convicciones. Siempre he considerado que el catalán era mi idioma tanto como el castellano. No es una decisión política, sino biológica: soy hija de un andaluz que se enamoró de una catalana tan arrebatadoramente que lo dejó todo por venir a esta tierra, que siempre se sintió orgulloso de formar parte de ella, que aprendió catalán de inmediato y como algo natural, que no podía dejar de hacer; que con el tiempo se permitía el lujo de corregirnos a sus hijos las metidas de pata lingüísticas y que incluso lucía muy orgulloso un carné de catalán (?) que le había regalado no sé qué paciente suyo. Una vez vi a mi padre regañar duramente a un colega médico porque se ufanaba de "llevar en Catalunya más de quince años y no hablar ni papa de catalán". Vi que mi padre le decía: "¿Y no te da vergüenza?". Y me sentí orgullosa de él, naturalmente. De pequeña, por cierto, yo estaba convencida de que era algo así como la intérprete al catalán de mi padre. Yo le traducía todo, convencida de que no entendía el idioma. Cuando descubrí que lo entendía -y lo hablaba- a la perfección, me sentí un poco decepcionada. Hoy me gusta recordarlo, porque es la constante de mi vida: hablar dos idiomas sin poder dejar ninguno de lado.
Mi madre, último eslabón de una cadena de parientes nacidos -parece- en l'Empordà, se enamoró de un elemento exótico. Andaluz, sevillano, mayor que ella, banquero, estudiante de medicina. Algunas amigas dejaron de hablarle cuando se casó con un andaluz. No se lo podían creer. Los andaluces, entonces, ahora, tenían aquí mala fama. Un dicho catalán dice "Si et vols casar ben casat, casa't al mateix veinat" ("Si quieres casarte bien casado, cásate en el vecindario"). Está claro que mi madre no acabó de entenderlo. Ni yo tampoco, por cierto, tantos años más tarde.
De modo que estoy desde siempre en una zona incómoda: amo el catalán, Catalunya, su gente, sus particularidades, sus defectos, sus aspiraciones... y no dejo de amar el castellano, Sevilla -es también mi tierra-, Adalucía, algunas tradiciones que aquí siempre seran foráneas, charnegas, mal vistas. Y, por descontado, las defiendo como sólo puede defenderse aquello que forma parte de tu propia sangre.
Esta pertenencia a los dos bandos me hace sentir, a menudo, fuera de lugar. A veces, me ha llevado a discutir con alguien. Como aquel día en Valladolid, cuando un comercial de editorial SM me preguntó si yo era catalana y cuando le dije que sí soltó: "Vaya, pues no lo pareces". O aquel otro en que un amigo al que quiero mucho me espetó una tesis completa de por qué enseñar en catalán en Catalunya es una actitud fascista. Se lo expliqué. Qué pasa con el catalán, por qué motivo es necesario que la enseñanza sea cien por cien en catalán, qué le ocurriría a nuestra lengua si las instituciones dejaran de apoyarla... Al final, fue mejor cambiar de tema.
Y del otro lado: cuando alguien dice que ser catalán es un sentimiento de exclusividad, como si se tratara de un matrimonio monógamo, o que desde ahora dejará de hablar en castellano, como si el castellano fuera patrimonio del PP o de los políticos de asco que nos han tocado y no una lengua que hablan 500 millones de personas y que han conjugado algunos de los escritores a quienes más admiro del mundo. O como cuando alguien suelta un comentario vejatorio, profundamente peyorativo, por ejemplo, de los madrileños, como si todos fueran iguales o todos fueran, pongamos, Rajoy.
Durante muchos años he nadado en esta corriente imposible, intentando comprenderlo todo y respetando a todo el mundo. Admirando a aquellos que vocean alto y claro consignas nacionalistas, pero manteniéndome un poco al margen. Y he visto muchas cosas, sin pronunciarme jamás sobre esta cuestión. Cuando me preguntaban por qué escribo en castellano les respondía que porque
también es mi lengua y porque respetaba demasiado la lengua catalana como para utilizarla a la hora de escribir. Era la pura verdad: pensaba que no tenía nivel suficiente para escribir en catalán. Ahora esto también ha cambiado. Continúo escribiendo en castellano como primera opción, pero me traduzco yo misma y de vez en cuando escribo una novela en catalán porque el corazón y el estómago me lo piden. Por otra parte, he aprendido. Quiero decir que he mejorado mi catalán hasta el extremo de atreverme a utilizarlo como lengua literaria. Puntualizo que la lengua literaria debe ser, necesariamente, una búsqueda de la excelencia. Esta idea es, precisamente, la que me ha mantenido alejada de ella durante tanto tiempo. Ahora, creo, puedo intentar ser excelente en catalán.
Durante muchos años, qué ingenua, he pensado que podía hacerme entender. Por los míos, los catalanes, que de vez en cuando me han visto como una especie de desertora. Entre los otros, que no me son ajenos, ya sean los comerciales de Valladolid o mis primos andaluces. Algunas veces lo he conseguido. No hace tanto que mi querida amiga Ángeles, que además de sevillana y profesora de filosofía es la madrina -laica, una figura creada a nuestra medida- de mi hija, me contaba la discusión que tuvo con un compañero de trabajo al defender que para trabajar en Catalunya hay que saber catalán. Ay pobre, con lo traquila que ella vivía hasta ahora y ya anda contagiada de estas interminables discusiones lingüísticas nuestras.
A mi marido -madrileño- no me hizo falta convencerle de nada, porque Catalunya "le caía bien" desde antes de conocernos. Tomó clases de catalán nada más llegar. En las primeras elecciones autonómicas estudió todas las opciones como quien prepara unas oposiciones. Observó mucho, también, sin decir ni pío. Hasta que un día soltó un concluyente "Esto no se puede entender si no se vive aquí" que me dio mucho que pensar, y aún hoy. Por cierto, un amigo suyo de la infancia, cuando supo que aquella chica a la que se había ligado por Internet se lo llevaba a vivir a Barcelona, le preguntó "si tendría que sacarse el pasaporte para ir al extranjero". Me encantó que a él, a mi compañero, también le molestara, el dichoso comentario.
Y todo esto, ¿para qué? Pues para decir que con esto que ha hecho el Tribunal Constitucional he perdido una esperanza que aún conservaba: la esperanza de que se nos entienda. Quiero decir, claro, de que cierta gente nos entienda, porque hay otros que ni nos entienden ni quieren hacerlo). La esperanza de que no se vuelva a repetir, una vez más, aquella vieja historia de nuestra gente: defendemos lo nuestro, lo que amamos, en lo que creemos y aquello a lo que tenemos derecho y desde Madrid nos miran como si fuéramos de otro sistema solar. Lo hacen porque no saben nada de nosotros, de aquello que
de verdad somos los catalanes. Por aquella vieja máxima que nunca falla: es mucho más fácil juzgar que tratar de comprender.
Lo entiendan o no, lo que ha pasado en el Constitucional es un agravio para nosotros. Y me parece que conviene dejarlo claro. Nos duele. Nos cabrea. Nos obliga a repetir la historia. I estamos hasta el gorro de repetir la historia.
Por todo esto, mañana iré a la primera mani de mi vida.
Y por todo esto he escrito este post.
Es muy probable que mañana lo traduzca al castellano y lo cuelgue aquí mismo. Por respeto. Por íntima convicción. Pero eso será mañana. Hoy toca hablar en catalán.

9 de julio de 2010

Demà aniré a la primera "mani" de la meva vida


Avui aquesta entrada parla català. Això no ha passat mai, en aquest blog. Mai sense traducció al castellà, per respecte bàsic als (molts) lectors que el segueixen en castellà. Però avui, aquest blog, només pot parlar català. No em sortirien aquestes paraules, en castellà. No tindria cap sentit. Avui, ja fa dies, estic desencisada i trista. Per això demà aniré a la manifestació que ha convocat Òmnium Cultural. Serà la primera mani de la meva vida. I el millor és que no m'ho he hagut de rumiar gaire: em surt del cor anar-hi. Ja fa temps que he après que s'han de fer sempre les coses que surten del cor. Encara que després tinguin conseqüències. O no en tinguin, que en aquest cas és pitjor.
Sempre he navegat entre dues aigües i, agradi o no, ho continuaré fent. No per aquesta mena de traïció als valors nostrats que volen veure alguns, sinó per amor a la meva pròpia tradició, a les meves propies conviccions. Sempre he considerat que el català era tant el meu idioma com el castellà. No és una decisió política, sinó biològica: sóc filla d'un andalús que va enamorar-se d'una catalana tan arrebatadorament que va deixar-ho tot per venir a viure a casa nostra, que va sentir-se sempre orgullós de formar part d'aquesta terra, que va aprendre català de seguida com una cosa òbvia, que no podia deixar de fer; que amb el temps es permetia el luxe de corregir els fills les posades de pota llingüístiques i que fins i tot lluïa molt orgullós un carnet de català (?) que li havia donat no sé quin pacient seu. Un cop vaig veure el meu pare renyar durament un col·lega metge perque s'ufanava "de llevar quince años en Catalunya y no hablar ni papa de catalán". Vaig veure com li deia: "I no et fa vergonya?". I vaig sentir-me'n orgullosa, és clar. De petita, per cert, jo creia que per a ell era alguna cosa així com la seva intèrpret de català. Jo li traduïa tot, convençuda que no entenia l'idioma. Quan vaig descobrir que l'entenia -i el parlava- perfectament, vaig sentir-me una mica decebuda. Avui em fa gràcia recordar-ho, perquè és la constant de la meva vida: parlar dos idiomes sense poder deixar-ne cap de banda.
La mare, última baula d'una cadena de parents nascuts -sembla- a l'Empordà, va enamorar-se d'un element exòtic. Andalús, sevillà, més gran que ella, banquer, estudiant de medecina. Algunes amigues van deixar de parlar-li, quan va casar-se amb un andalús. No s'ho podien creure. Els andalusos, llavors, ara, tenien mala fama, aquí. Allò de "Si et vols casar ben casat, casa't al mateix veinat" no ho va acabar d'entendre, la mare. Vaja, ni ella ni jo, tants anys més tard.
De manera que estic des de sempre en una zona incòmoda: estimo el català, Catalunya, la seva gent, les seves particularitats, els seus defectes, les seves aspiracions... i no deixo d'estimar el castellà, Sevilla -és la meva terra, també-, Andalusia, algunes tradicions que aquí sempre seran foranes, xarnegues, mal vistes. I, per descomptat, les defenso com només pot defensar-se allò que forma part de la teva sang.
Aquesta pertinença a tots dos bàndols em va sentir, sovint, fora de lloc. De vegades, m'ha fet barallar amb algú. Com aquell dia a Valladolid, quan un comercial d'editorial SM va preguntar-me si jo era catalana i quan li vaig dir que sí em va dir: "Vaya, pues no lo pareces". O com aquell altre en que un amic que m'estimo molt, mentre compartíem una sobretaula, va clavar-me tota una tesi sobre per què ensenyar en català a Catalunya és un comportament feixista. Li ho vaig explicar. Què passa amb el català, per quin motiu cal que l'ensenyament sigui cent per cent en català, què passaria amb la nostra llengua si les institucions la deixessin de banda... Al final, va ser millor canviar de tema.
I d'altra banda: quan algú diu que ser català és un sentiment d'exclusivitat, com si ser català fos un matrimoni monògam, i que des d'ara deixarà de parlar en castellà, com si el castellà fos un patrimoni del PP o del fàstic de polítics que ens han tocat, i no una llengua que parlen 500 milions de persones, i que han conjugat alguns dels escriptors que més admiro. O com quan algú deixa anar un comentari vexatori, profundament pejoratiu, per exemple, dels madrilenys, com si tots fossin iguals o tots fossin, posem per cas, Rajoy.
Durant molts anys, he nedat en aquests corrent impossible, mirant d'entendre-ho tot i respectant tothom. Admirant aquells que criden ben alt consignes nacionalistes, però mantenint-me una mica al marge. I he vist moltes coses, sense pronunciar-me mai sobre aquesta qüestió. Quan em preguntaven per què escrivia en castellà deia que perque també era la meva llengua i perquè respectava massa la literatura en català per practicar-la. Era ben bé la veritat: pensava que no tenia prou nivell, en català, per escriure-hi. Ara, això ha canviat. Continuo escrivint en castellà com a primera opció, però em tradueixo jo i de tat en tant faig una novel·la en català perquè el cor i l'estómac m'ho demanen. D'altra banda, n'he après. Vull dir que he millorat el meu català fins als punt de gosar utilitzar-lo com a llengua literària. Per cert, la llengua literària ha de ser, necessàriament, una recerca d'excel·lència. Aquesta idea és, precisament, la que me n'ha mantingut allunyada tant de temps. Ara, crec, puc mirar de ser excel·lent en català.
Durant molts anys, què ingènua, he pensat que podia fer-me entendre. Fer-me entendre pels meus, els catalans, que de tant en tant m'han vist com una mena de desertora. Fer-me entendre pels altres, que no em són aliens, ja siguin els comercials de Valladolid o els meus cosins andalusos. Alguns cops ho he aconseguit. No fa pas tant que la meva estimada amiga Ángeles, que a més de sevillana i professora de filosofia és madrina -laica, una figura feta a la nostra mida- de la meva filla, em deia que s'havia barallat amb un company de feina tot defensant que per treballar a Catalunya s'ha de saber català. Pobreta! Tant tranquil·la que vivia, fins ara, i l'he ben posada en interminables discussions lingüístiques.
El meu home -madrileny- no em va caldre convèncer-lo de res, perque Catalunya "li queia bé" des d'abans de conèixer-nos. Va prendre classes de català només arribar, a les primeres eleccions autonòmiques va estudiar-se totes les opcions com qui es prepara unes oposicions i va observar molt, també, sense dir ni piu. Fins que un dia va deixar anar un concloent: "Esto no se puede entender si no se vive aquí" que va fer-me pensar molt, i encara ara. Per cert, un amic seu de l'infantesa, quan va saber que aquella noia que s'havia lligat per Internet se l'emportava a viure a Barcelona, li va preguntar si "tendría que sacarse el pasaporte para ir al extranjero". Em va agradar que a ell, el meu home, també li sabés greu, el comentariet.
I tot plegat, per què? Doncs per dir que, amb tot això que ha passat al Tribunal Constitucional, he perdut una esperança que encara tenia. L'esperança que ens entenguessin. Vull dir, és clar, que certa gent ens entengués (perque n'hi ha que ni entenen ni volen entendre). Que no tornessim a repetir, un cop més, aquesta vella història de la nostra gent: defensem allò que és nostre, allò que estimem, allò en què creiem, i allò al que tenim dret i des de Madrid ens miren com si fossim d'un altre sistema solar. Ho fan perque no en saben res, de nosaltres, d'allò que de debò som els catalans. Per aquella vella màxima, que mai no falla: és molt més fàcil jutjar que prendre's la molèstia de comprendre.
I, ho entenguin o no, el què ha passat al Constitucional, és un greuge per a nosaltres. I crec que convé deixar-ho clar. Ens dol. Ens emprenya. Ens fa repetir la història. I n'estem fins al cap, de repetir la història.
Per tot plegat, demà aniré a la primera mani de la meva vida.
I per tot plegat, he escrit aquest post.
És molt probable que demà el tradueixi al castellà i el pengi aquí mateix. Per respecte. Per íntima convicció. Però això serà demà. Avui toca parlar català.

8 de julio de 2010

Bañeras librescas

Conozco a una familia tan aficionada a leer en la bañera que ha hecho de ello un arte. Tienen un atril, donde los hijos instalaban los apuntes mientras aún estaban en la Universidad. Ahora, con los hijos ya mayores, el padre y la madre devoran en remojo novelones de 800 páginas. Jamás mojan el libro, y saben pasar las páginas con la mano seca -una de las dos nunca se sumerge- para no estropear el papel. A veces se llevan hasta la merienda al cuarto de baño, o un gintonic. Salen cuando el agua se enfría, o a veces -si el libro está interesante- recalientan el agua. Por supuesto, para semejantes sibaritas no vale una bañera cualquiera. La suya tiene un sistema de aire caliente que mantiene el agua a la temperatura adecuada todo el tiempo, y sin gastar más.
Hoy os sirvo estas dos imágenes de usos diversos y librescos de la bañera, para recordar a mis amigos los lectores acuáticos. La primera es de Montse Vallmitjana, y corresponde a la época en que tuvo que hacer reformas en casa. La segunda es un diseño de Antonio Lupi que puede ser vuestro por unos 10.000 euros: una bañera con biblioteca incorporada, diseñada en resina y madera y con un sistema especial que evita que el agua se desborde. No está mal.



4 de julio de 2010

Una noche de sábado


Ayer sábado viví una experiencia emocionante: un grupo de chicos y chicas de Castelldefels (Barcelona) estrenaron la adaptación teatral de una de mis primeras novelas, Okupada. Fue una casualidad curiosa la que me permitió acudir al estreno, porque en principio estaba programado para uno de los fines de semana de la Feria del Libro de Madrid, de modo que me lo hubiera perdido sin remedio. Pero luego, una lesión de uno de los actores forzó a retrasarlo, para mi suerte (lo siento mucho por su tobillo, pero no me habría gustado perdérmelo). El caso es que anoche, a las 21 horas, estaba yo sentada en la platea del Teatre Plaza de Castelldefels, dispuesta a ser benevolente con un grupo de adolescentes actores que iban a dar vida a algo que hasta ayer sólo existía en mi imaginación y en la de los lectores de esta historia.
Si ahora, tan pocas horas después, estoy escribiendo estas líneas, es porque quiero expresar a los actores la felicitación que ya les transmití anoche, tras la función. Temo, sin embargo, que en la euforia del momento mis palabras pudieran sonar estereotipadas, amables o convencionales. Nada de eso. Su puesta en escena me emocionó mucho, como les dije. Lo primero, la adaptación, muy respetuosa con el texto, muy conocedora de los mecanismos del teatro, muy emotiva sin caer en la sensiblería, muy sabia en sus resoluciones (la escena de la muerte de Kifo, por ejemplo, sólo podía ocurrir fuera de escena para que tuviera la fuerza que han sabido darle) y muy acertada en el desenlace, magnífico. Debo confesaros que sentí un escalofrío cuando asistí a la última escena. Como si no fuera mía. ¿O precisamente porque, en parte, sí lo era?
En más de una ocasión me arrancaron los actores una carcajada (¡qué fantástico el I will Survive de Gloria Gaynor bailado por todos!), en más de una me pareció que eran EXACTAMENTE mis personajes, y varias veces me impresionó la ternura que sabían darle a algunas escenas. Vi en ellos aquello que yo siempre tengo en mente cuando escribo para jóvenes: su garra, su fuerza, su pasión por todo (aspectos con los que, por cierto, sigo sintiéndome muy identificada). En fin, que ayer asistí a una función de teatro que me encandiló y me hizo olvidar que estaba delante de una función de aficionados. Y que me dejó tan emocionada que lo primero que he querido hacer este domingo perezoso es correr hacia el ordenador para agradecérselo a la gente que lo hizo posible.
A los actores: Alejandro Montilla, Alejandro Lahire, Marcos Martínez, Albert Albesa, Aida Vila, Eva Ortega, Diego Méndez, Sara Segarra, Laura Arango y, sobre todo, a Neus Querol, que se encargó de contactar conmigo, hace muchosa meses, para invitarme a asistir. Y, por supuesto, a la adaptadora del texto y directora, Mª Carmen González. El entusiasmo y el trabajo que han puesto en todo ello se adivina en los resultados.
También a los "kolaboradors okupes" -según el programa de mano-: Miquel Castellà, Miquel Fontana, Patri, Silvia, Albert, Sonia, Kilian y Romi.
Por último, una confesión: cuando tenía la edad de estos jóvenes actores, soñaba con dedicarme al teatro. No como actriz, pero sí como directora y dramaturga. Estudié teatro mucho tiempo, pertenecí a varias compañías de aficionados (la principal, la de Sala Cabañes, de Mataró) e incluso después de abandonar este sueño seguí en estrecha relación con las tablas, a través del periodismo cultural. Nunca he interrumpido esta relación y más bien la he retomado en los últimos tiempos (me lo debía). No sé si algún día llegaré a ver estrenado un texto mío en alguna parte, pero anoche, gracias a vuestro trabajo, chicos, me sentí como la dramaturga que aún sueño con ser algún día.
Muchas, muchísimas gracias a todos.



Aquí os dejo algunas fotos de la función y del backstage posterior.