30 de junio de 2011

Fiesta de 10º aniversario de la agencia Sandra Bruna: la crónica de la bloguera dicharachera

 Martí Gironell también aquí ejerció de presentador.

Chica de vídeo: Rocío Carmona.

 Ángeles Escudero, felicitación a distancia.

 El gran momento. La agencia al completo sopla velas.

Sandra se cambió de zapatos para bailar mejor. 
¡He aquí la prueba!

Víctor Amela-Sandra Bruna.
Una estrecha relación autor-agente.

Ambientazo.

Eduard Estivill y la bloguera dicharachera, ¡cantamos!
Sí, sí, cantamos.
Por supuesto, en honor de la homenajeada.

Madame Bruna.

Iolanda Batallé-Francesc Miralles.
Una relación en la penumbra.

Flores para todos y ¡a seguir!


* ¡Gracias, David, por tus fotos!

29 de junio de 2011

Los huesos hablan 700 años después


¿Por qué los príncipes y princesas de los cuentos son siempre rubios? ¿Todos eran germánicos, nórdicos, albinos?
La respuesta se llama Apigenina Genisteina y es un tinte natural extraído de la retama que, al parecer, los reyes medievales europeos -también los nuestros- utilizaban para aclararse el pelo. Las razones suelen ser, por lo menos por estas latitudes, estético-prácticas: de este modo conseguían singularizarse de sus siervos, que por lo general eran cetrinos, de pelo oscuro y tez morena.
Esto he sabido leyendo los resultados de las investigaciones que un grupo de arqueólogos, dosumentalistas, químicos, forenses e ingenieros textiles están llevando a cabo después de exhumar los restos de Pere II de Aragón y de Blanca d'Anjou (su nuera), en un proyecto del Museu d'Història de Catalunya.
El estudio, por cierto, ha desvelado también que el rey Pedro II iba mucho a caballo (según una lesión muscular en la base de las costillas), que entre los 6 y los 12 años se alimentó fatal, que nsu coquetería no le llegaba para lavarse los dientes y que sus platos favoritos eran la carne y los cereales mediterráneos. También sufrió un meningioma, pero parece que ni se enteró.
Con respecto a Blanca d'Anjou, también conocida como Blanca de Nápoles, es casi un milagro que sus huesos puedan decirnos algo, pues durante un saqueo propiciado por la Desamortización de Mendizábal (1835) su cadáver fue profanado y lanzado a un pozo, de donde un monje lo rescató para devolverlo a su ataúd. Medía 1,50 metros de altura y murió a los 27 años tras dar a luz a su décimo hijo, como ya reconocían las crónicas. Ahora se han sabido detalles más mundanos. Por ejemplo, que usaba zapatos demasiado estrechos, que le provocaron un protuberante juanete. 
Reconozco que esta es la historia que me gusta saber: la de las menudencias, no la de las grandes gestas. Prefiero los juanetes, los tintes y las dietas antes que los tratados, las batallas y las conquistas.

* La imagen: reconstrucción del rostro de Blanca d'Anjou, según el mismo estudio.

27 de junio de 2011

23 de junio de 2011

Otro solsticio de verano


Hace años, a las horas que hoy esribo esto, estaba recopilando cualquier cosa que pudiera apilarse para formar una gran hoguera. Los niños inaugurábamos el verano visitando a los vecinos para pedirles muebles viejos, tablones, palos de escoba. Había un adulto vigilante, que al anochecer prendía la llama. Luego, asustados de nuestra propia proeza, nos sentábamos a ver el fuego y a lanzar petardos. Yo nunca fui muy petardera. Me daban -y me dan- miedo las explosiones, y también el fuego. Aunque me hipnotizaba el baile y el calor de las llamas. Mirándolas podía pasar horas. Creo que nunca fui una niña muy activa, mi papel era más bien el de observadora. Se me daba bien mirar en silencio, llegar a mis conclusiones, pensar en mis cosas. Ahora, treinta años más tarde, sigo sentándome en silencio a pensar. Sin ningún otro cometido. Pensar. A mí me da grandes resultados.
Pero estaba en la vigilia de San Juan. Cuando la hoguera se consumía, los mayores bajaban parrillas a la playa. Había carne a la brasa y pan con tomate. Corría la sangría, por supuesto, hecha en casa. Los niños bebíamos refrescos que pescábamos de un barreño lleno de hielo. La arena húmeda y fría nos acariciaba los pies. Luego, el ritual del baño. En San Juan hay que bañarse de madrugada. O mejor aún: al salir el sol. Si el cuerpo aguanta, claro. El mío, poco trasnochador, aguantaba poco. Creo que sólo un año llegué a ver salir el sol. Y ya tenía novio. 
A nosotros no nos decían que bañarse trajera suerte, como se escucha ahora. Nosotros nos bañábamos porque formaba parte del ritual. Meterse en el mar de noche era una especie de rito de iniciación. Una demostración de valor. Pocos se atrevían. Yo sí, a mí el medio acuático nunca me ha dado miedo. 
En el mar, por la noche, me sentía fosforescente. A veces me costaba acostumbrarme al frío, pero siempre lograba hacerlo. Me alejaba nadando hasta donde no hacía pie. La oscuridad es absoluta desde el mar, de noche. 
Al acostarnos, tal noche como la de hoy, habíamos practicado un oficio ancestral: el de perpetuar nuestras costumbres, sin saber por qué lo estábamos haciendo. Éramos parte de una tradición. Y, al mismo tiempo, éramos intensamente felices.
Cuando termine de escribir estas líneas, comenzaré a preparar la cena. La de la verbena de San Juan siempre ha sido una cena sencilla: embutidos, tortilla de patatas, pan con tomate, queso y, de postre, la ineludible coca. Este año, la nuestra es de crema. Luego, acompañaremos a los niños a encender una docena de bengalas y a lanzar unos pocos petardos. El fuego  y las explosiones siguen dándome miedo, aunque intento disimular para que ellos puedan hacer lo que hace todo el mundo. No sé si llegaremos al ritual del baño en el mar o habrá que dejarlo para más adelante. La playa está más lejos que cuando era niña. Bueno, mejor dicho: la playa está en el mismo sitio. La que estoy un poco más lejos soy yo.
El solsticio de verano me gusta menos ahora que antes. Ahora soy comparsa. Acompaño a mis hijos hasta que les llegue el momento de celebrarlo sin mí, con sus amigos, a su manera. Cumplo mi función. Algún día, ellos también hablarán del San Juan de su niñez y yo estaré en él. Menuda responsabilidad.

22 de junio de 2011

Avarus animus nullo saciatur lucro



El novelista, traductor y poeta John Gardner habla en su libro Para ser novelista del desaliento que aqueja a los escritores. Del que viene de los demás y del otro, del terrible: "Escribir una novela lleva muchísimo tiempo", dice, "al menos para la mayoría, y es algo que pone a prueba la mente del escritor y puede llegar a desquiciarla. Día tras día, año tras año, el novelista se pregunta si no estará engañándose, se pregunta por qué se escriben novelas, esos largos y minuciosos estudios de las esperanzas, alegrías y desgracias de seres que, en sentido estricto, no existen. El escritor puede ver socabado su ánimo por una progresiva misantropía, humor o desconcierto mientras su mujer o marido da muestras crecientes de mal humor."
A pesar de todo, Gardner termina diciendo que "hay más fracasos entre quienes aspiran a ser brillantes hombres de negocios que entre quienes aspiran a ser artistas".

Creo que Gardner tiene razón. Escribir es aprender a luchar contra ti mismo. Terminar una novela depende, en buena medida, de tu capacidad para resistir en esa lucha. De tu autoconvicción, de las maneras en que hayas aprendido a combatir el desaliento. Es una labor de resistencia, en la que el talante tiene gran importancia.



Hace poco me contaban el caso de un escritor pagado de sí mismo. Uno de esos que se consideran a sí mismos más que los demás y osan ir por el mundo con una mueca de desprecio. Se les reconoce porque raramente leen a sus contemporáneos o, si lo hacen, es sólo para certificar que ellos son infinitamente superiores. También por su infelicidad, que es su peor estigma. A menudo publican en buenas editoriales. Tienen un razonable número de lectores. Reciben buenas críticas. Pero nada de eso les basta, porque aspiran a más. Están tan pendientes de los inexplicables éxitos ajenos que no saben ver sus propios logros. Nunca están satisfechos. La insatisfacción llega en ellos a ser patológica. Por supuesto, no admiten la biodiversidad de lo literario. No admiten la coexistencia de distintos tipos de escritores, de libros, de lectores. Para ellos sólo existe literatura sublime -ellos mismos- y subliteratura -los demás, en particular aquellos de los demás a quienes las cosas no les van del todo mal-, consideran que su labor consiste en educar a los lectores equivocados. Es decir, inculcar a todos que deben leerles a ellos y no al resto de la humanidad. Con los años, suelen ser seres solitarios, asociales, estar enfadados con el mundo (que no les comprende) y bastante insoportables.
Lo peor de todo es que su mal no tiene solución. Aunque mañana todo el mundo les prefiriera, aunque vendieran un millón de ejemplares, aunque hasta los taxistas les leyeran con fruición, se sentirían igualmente infelices. 
Porque hay otro axioma infalible, en la literatura y en la vida: Por muy bien que te vayan las cosas, siempre hay otro u otra a quien le van mejor que a ti.
Y la felicidad, no falla, consiste en ser feliz con lo propio.


21 de junio de 2011

Lo perturbador

En un artículo publicado en el número 1 de la revista Barataria, el crítico venezolano Fanuel Hanán Díaz define "lo perturbador" en la literatura para niños y jóvenes. El artículo es magnífico y profundiza en algo que despierta mi interés desde hace tiempo: qué asuntos consideramos perturbadores los adultos, y por qué motivo. Por supuesto, no hay una respuesta única a esta cuestión y las múltiples posibilidades generan también múltiples posturas, que van desde la censura a la atención hacia ciertos temas. Lo perturbador cobra una especial importancia cuando se dirige a los adolescentes, sobre quienes una legión de adultos -a menudo en exceso intervencionistas- ejerce una mediación innecesaria que perjudica a todos: a la libertad para leer, al gusto por la lectura y a la confianza mínima sobre la que se debe cimentar cualquier relación. Pero en fin, estos son asuntos complejos, que me desvelan y sobre los que más pronto que tarde terminaré esribiendo. 


Hoy quiero hablaros de mi propia perturbación. Según Díaz, lo perturbador es aquello que "produce una sensación de inestabilidad en la mente del lector". La definición se completa al afirmar que la perturbación que provoca la ficción tiene un efecto prolongado -y benéfico, aclaro, por si hay almas sensibles escuchando- sobre el lector, y sus efectos suelen ser más devastadores que la lectura misma, durante el tiempo -a veces años- que se prolonga. Todos recordamos alguna escena de miedo o de violencia, que nos conmocionó. Yo podría elaborar una larga lista de perturbaciones en mi existencia como espectadora y lectora de ficciones (he sido y soy un alma cándida), pero voy a seleccionar sólo algunas. Del cine, me quedo con dos, de naturalezas muy distintas: la  famosa escena de tortura de Reservoir Dogs en que un hombre mutila a otro una oreja para luego rociarle con gasolina y prenderle fuego y la escena de Paranormal Activity en que ella, la protagonista poseída, contempla a su pareja dormir durante horas, sin más. En este segundo ejemplo no ocurre nada desagradable y de hecho, no ocurre nada de nada.Sin embargo, durante meses no he podido quitarme esa imagen de la cabeza. La imagen y su perturbador significado, claro está.


Entre mis lecturas, apenas soy capaz de recordar nada de Cementerio de animales, la primera novela que leí de Stephen King. En cambio, recuerdo con nitidez una sola escena: la del regreso de un gato desde la tumba donde lo dejó su dulce propietaria, una niña de pocos años. Se me ocurre ahora que puede que mi recuerdo no sea exacto. ¿Era un niño o una niña? La mente inventa sin cesar, ya se sabe. Sin embargo, lo perturbador de la escena se conserva intacto, sea el protagonista masculino o femenino.
Algunos relatos que me perturbaron (y mucho): El corazón delator, de Edgar Allan Poe (¡qué final de espanto!). Pesadilla a 20.000 pies, de Richard Matheson (la visión de la ventanilla); La pata de mono, de W. W. Jacobs (lo que ve la madre cuando mira por la ventana). Lo que nos perturba, compruebo, es más implícito que explícito y nunca es un argumento completo, sino una escena, una palabra, una mirada, un instante fugaz que para nosotros no lo es en absoluto.


Entre mis últimas lecturas, hay una que merece sumarse a mi lista de libros perturbadores. Sukkwan Island, de David Vann. Una historia demoledora, durísima, entre un padre y un hijo y un curioso ejercicio de convivencia. Por deseo del padre -un ser falto de afecto, a las puertas de su segundo divorcio- un chaval de doce años se va a vivir con él a un paraje desolado de Alaska durante un año. Pescan, construyen una cabaña, cazan y reniegan de todo, básicamente. De vez en cuando hay conatos de aparente felicidad, pero el muchacho está incómodo y echa de menos toda su vida anterior y en especial a su madre y a su hermana. A media novela ocurre algo que lo cambia todo. Algo sorprendente, que deja al lector sin respiración (incluso a una lectora hecha a las emociones, como yo, y con dificultades para sobresaltarse) y a partir de ese momento el vaticinio de pesadilla se transforma en el infierno. 
Hacía tiempo que un libro no me impresionaba tanto. La historia, además, está basada en una espeluznante experiencia autobiográfica, pero no importa. Es perturbador por sí solo. 
Eso sí, si no tenéis ganas de emociones fuertes, leed otra cosa. Por ejemplo, Que empiece la fiesta, lo último de Niccolò Ammaniti, una desternillante sátira italiana con políticos en el punto de mira de la que igual hablaremos otro día. Para que no digais que este blog no toca todos los palos.



16 de junio de 2011

Ayer, en Zaragoza *

* Nótese que el periodista que firma esta información se suma a la lista de espontáneos que rebautizan mi novela. En esta ocasión, es "Habitaciones secretas". Otros la llaman -¡me encanta!- "Puertas abiertas". Y hasta ha habido uno que la llamó "Habitaciones vacías". No está mal.

15 de junio de 2011

Mi encuentro digital con los lectores del Heraldo de Aragón, recién salido del horno

"Escribo relatos para mí y novelas para los demás" 


Hola, confío en que no le moleste mi comentario. Pero creo que lo suyo no puede considerarse literatura, quizá lectura de consumo fácil. Vendría a ser como un subgénero, desde luego mucho más exitoso y rentable. ¿Usted cómo lo ve? ¿Escribe lo que quiere escribir o lo que espera que tenga éxito? Ana
No me ofendo con facilidad, Ana. Todo el mundo es libre de opinar y de tener sus propios gustos y, por descontado, sería absurdo aspirar a gustar a todos. De todos modos, discrepo de ese adjetivo que me atribuye, fácil, porque en todo lo que hago procuro siempre huir de la facilidad. Aunque, por descontado, acaso no lo logro y usted tiene razón, nunca se sabe. Con respecto a la segunda parte de su pregunta, sí, escribo lo que deseo a cada momento. Cuentos infantiles para mis hijos cuando ellos los inspiran, relatos para mí cuando hay algo que necesito decirme, novelas para seducir -y entretener, gran contribución, siempre minusvalorada por los que van de intelectuales-, despertar la reflexión y emocionar a quien quiera leerme. Sé por muchos lectores que lo consigo, y eso me llena de una satisfacción que me compensa de otras cosas. Con respecto a lo rentable... estoy encantada de publicar en Planeta. No pienso pedir disculpas por ello. Pero sí pienso hacer todo lo que esté en mi mano porque mis libros sean de los que merece la pena leer.

PARA LEERLO COMPLETO HAZ CLICK EN LA FOTO

14 de junio de 2011

Supermami de junio (Mujer Hoy)


12 de junio de 2011

Café Poético en el Instituto Cervantes de Milán, 8 de junio 2011. Crónica fotográfica

 Víctor Victórovich Andresco y Ángeles Ivánova Escudero
muy sonrientes tras el acto (literario)

Las tres de Milán: Ángeles, Linda, la bloggera dicharachera

Víctor Andresco, Ángeles Escudero, Paul Viejo,
menudo terceto
 Con el señor director

 Qué chulita se me ve. Será el Cervantes, que se me sube a la cabeza

Inmejorablemente acompañada: 
Ángeles Escudero, poetisa con quien compartí velada cervantina
(y mucho más)
y Claudia Marseguerra, mi traductora al italiano
 

11 de junio de 2011

Szarlotka

Esta es una entrada especialmente dedicada a esos lectores de este sitio, atentos vigilantes, que toman nota de todo y no olvidan un detalle. Gracias a la publicación de Habitaciones cerradas he sabido que existís, y que nada de lo que aquí digo cae en saco roto. Sabéis todo de las cosas: el proceso, el desengaño, el esfuerzo, el final... y lo celebráis conmigo. Me habéis conmovido, estos meses, con vuestros correos electrónicos y vuestro cariño inesperado. Por eso quiero contaros, especialmente a vosotros, este secreto que me emociona. Es el inicio de lo siguiente. Por ahora, es una ilusión, unas ganas tremendas de comenzar, un sueño que dentro de unos meses tal vez sea un libro nuevo. No hay datos, no hay nada, como la otra vez. Pero traigo algunas imágenes y unas pocas palabras. Lo demás, espero que irá saliendo. Acompañadme también en este nuevo viaje, habitantes del silencio.

No sé explicar mi pasión polaca. Viene de antiguo, de cuando comencé a leer a Witold Gombrowicz allá en los últimos 80. Le descubrí sin saber que era un polaco poco polaco. Importó poco: él me llevó de la mano hasta otros: Witkiewicz, Bruno Schulz -que en realidad era ucraniano-, Mrozek, Milosz, Zadajewski y mi adorada Wislawa Szymborska, por citar sólo a algunos. Entre todos los nombres propios que componen mi pasión polaca, son importantes los de algunas ciudades. Katowice, Varsovia... y, sobre todo, y desde el principio, Cracovia. Krakow. 

  

Cracovia es una ciudad de arte y literatura. La única capital europea de menos de un millón de habitantes, dicen algunos, que ha cobijado a dos premios Nobel vivos, Milosz y Szymborska. La de los mil cafés donde refugiarse. La de las librerías de ensueño. La de las galerías de arte. Una ciudad paseable, de una belleza artificial, que rinde homenaje a escritores que pasaron en ella sólo una noche. "Balzac vivió aquí los días 5 y 6 de mayo de 1850" dice una placa de la calle Florianska. ¿Dentro de unos años, en el 11 de Rynek Glowsny dirá, acaso, Santos vivió aquí el 10 y 11 de mayo de 2011?". Ah, no es probable. Yo no soy Balzac. Los tiempos también son otros. Aunque sería justo. Balzac no arrancó aquí la acción de ninguna novela. En cambio, los protagonistas de mi próxima se encontrarán justo ahí, bajo los arcos de Maly Rynek. O acaso frente a un cuadro de Jan Matejko. O puede que en el cafe Nowa Prowincja, donde esperé en vano a Wislawa Szymborska durante toda una tarde, por si venía a merendar. Pero no llegó.

 

Por cierto, el password para la conexión inalámbrica del Nowa Prowincja es una hermosa y sonora palabra que significa "Tarta de manzana". Como buena contraseña, abre una puerta a no sabemos dónde. Por eso la elijo hoy. Porque quiero que su destino de palabra mágica -y el mío de conocedora del secreto- se cumpla al pie de la letra.

8 de junio de 2011

Feria del Libro de Madrid

Este sábado, de 19 a 21 horas
estaré firmando en la Feria del Libro de Madrid,
en las casetas de Editorial SM, de la 62 a la 65.


Ojalá nos veamos en el Retiro.

5 de junio de 2011

La bloggera dicharachera en la Feria del Libro de Madrid

Mi firma sin mí (sábado por la mañana)

 ¿Qué le pongo?
La lluvia no espantó a la gente, pero la cambió de sitio

Las mejores chicas Planeta: Miriam, Fátima, Alba

¿Qué hay debajo de los mostradores?

Arriba y abajo

 Por delante...

 
 ...y por detrás

 El mejor paseo del mundo


Gracias a todos los que os habéis acercado a las casetas
donde he estado firmando durante todo el fin de semana.
Sois siempre lo mejor de esto.

Cita a las doce y dos

A medida que uno adquiere mayores recursos técnicos, se embarca en proyectos cada vez más difíciles y tiene la sensación de que la dificultad del trabajo, en lugar de ir desapareciendo, aumenta cada vez más: o así me ha ocurrido a mí al menos. Si el escritor se deja llevar por la impaciencia al desarrollar la idea que tiene o al valorar lo que escribe, es que ha olvidado cómo se escribe narrativa.


Para ser novelista
John Gardner