30 de octubre de 2012

Con ustedes... Filippo Brancaleone


Creo que va siendo hora de presentaros a Filippo Brancaleone, uno de los personajes de mi nueva novela, El aire que respiras. Es un muchacho italiano, de Génova, reclutado a la fuerza por las tropas de Napoleón para combatir en España. Llega a Barcelona con 17 años, en 1808, está muerto de miedo y no sabe empuñar la bayoneta. Por eso sus superiores se apiadan de él y la dan un tambor, ese con el que sale en la foto. Luego se vuelve ladrón a la fuerza, desertor por amor, casi muerto, padre, exiliado, campanero y mil cosas más que ya he contado en otra parte.

El soldado de plomo, auténtico, fabricado por Alymer, lo encontré en un anticuario y enseguida me gritó: "¡Eh! ¡Aquí! ¿No me reconoces? ¡Soy yo, Brancaleone!". Lo compré al instante, claro, aunque debo reconocer que a mi personaje le imaginaba más guapo y más espigado. Estaba terminando la documentación. Lo dejé sobre la mesa, justo debajo de la pantalla del ordenador. Desde ese instante, Filippo Brancaleone y yo hemos trabajado juntos, mano a mano. Cuando me encallaba, él se marcaba unos toques cortos, severos, de atención. Cuando me salía una de esas escenas que justifica un largo día de trabajo, redoblaba con alegría. A veces nos dábamos mutuo consuelo: Ya queda menos, Care. Tienes razón, Filippo. Otras, me regañaba. Eh, tú, deja de mirar por la ventana, has dejado mi muerte a medias, céntrate en lo que tienes que hacer, caramba, ¿cómo puedes despistarte en un momento así?  Ay, sí, Filippo, perdona, ya voy. 

Creo que nos hemos hecho grandes amigos. Tanto, que ahora que a los dos nos ronda el punto final, quiero que se quede ahí, en mi mesa, acompañándome para siempre. Lo mismo ocurrirá con estos personajes, lo sé. Les voy a extrañar el resto de mi vida.

24 de octubre de 2012

Un parnaso bilingüe català - castellano


Leo sobre un dramaturgo llamado Francesc Altés i Casals, barcelonés, nacido en 1780, iniciador del romanticismo teatral catalán. Altés fue un acérrimo defensor de la libertad, se opuso al régimen tiránico de Fernando VII, conoció el exilio del gobierno y el odio de sus coetáneos, aunque también tuvo sus momentos de gloria. Estrenó muchas obras propias en el Teatro de Barcelona, es decir el de Santa Cruz, es decir el Principal, en la Rambla barcelonesa. Tradujo a Walter Scott y a multitud de autores teatrales franceses, que gracias a él se conocieron en su ciudad. Fue muy influyente en los autores teatrales posteriores y un buen teórico de la escritura dramática. Por supuesto, dilapidó las tres unidades clásicas, como buen romántico, pero también puso en cuestión las convenciones de los dramones que el público aplaudía en su tiempo. Murió en 1838 y el Diario de Barcelona le dedicó una necrológica larguísima loando sus muchos méritos y pronosticando la gloria eterna de su nombre.
Hoy nadie le conoce.

Hay dos causas. El teatro romántico, salvo excepciones, no tuvo en nuestro páis grandes exponentes. Visto con ojos de hoy, es ingenuo y desfasado. Sin embargo, algunos autores que pecaron de lo mismo aguantan el tirón y son más o menos perdonados por espectadores que comprenden lo que el paso del tiempo hace con los textos (y las modas, porque el Romanticismo fue, sobre todo entre nosotros, una moda). Pero, ah, Altés escribía en castellano. Xavier Fàbregas lo dice en su estupendo libro Les formes de diversió de la societat catalana romàntica (Curial, 1975): si hubiera escrito en catalán, hoy Altés formaría parte del parnaso de autores catalanes precursores de la Renaixença, en realidad muy influenciados por esta generación anterior que seguía considerando el castellano como lengua culta.

A mí me merecen respeto estos pioneros. Respeto y ternura, a decir verdad. Ya que la historia de la literatura castellana los tiene por poco sigificativos y la de la catalana los ha olvidado del todo, he decidido recordarles en las páginas de la novela que estoy terminando. Francesc Altés o Selma Rudega -su seudónimo- es un personaje más en esa Barcelona convulsa de los años treinta del XIX. Y también lo es Pau -o Pablo- Piferrer, otro que tal, que entre sus méritos tiene el de haber sido el primer recopilador de poesía popular catalana y de algún modo descubridor del poema del Compte Arnau. También escribía en castellano, aunque era más barcelonés que el polvo de la Rambla. Hay más: Jaume Tió, Albert Ribot. Este último escribió un drama protagonizado por Ramon Llull. En castellano. 

Y me pregunto, después de conocer a todos estos autores sin gloria, si no irá siendo hora, en esta tierra mía donde la lengua siempre es más que un medio para comunicarnos, y donde las palabras conectan siempre con el corazón y a veces con la vesícula biliar, me pregunto si no irá siendo hora de fundar un parnaso bilingüe, donde  tengamos cabida todos, con independencia de si ese día nos despertamos soñando en català o en castellano.


* La imagen: el teatro donde comencé a amar el teatro.

23 de octubre de 2012

Perturbación anímica producida por una idea fija


Últimamente repito mucho la palabra "obsesión" cuando hablo de escribir novelas. Alguien me pregunta cómo lo hago y yo sólo sé decir: trabajo y obsesión. El diccionario no puede ser más certero en su definición de la segunda: Perturbación anímica producida por una idea fija. Exacto. Esa soy yo.
Los merodeadores del silencio habréis notado que últimante estoy más por aquí. Se debe a que estoy en la fase final de la novela, esa en la que ya la historia rueda por una cuesta abajo porque el trabajo de hacerla rodar montaña arriba queda atrás. Las novelas tienen sus inercias. Hay un momento en que tienes que hacer un esfuerzo sobrehumano para seguir empujando. Y hay otro momento en que todo fluye y la novela parece rodar sola y empujarte por la misma ladera empinada. En fin. Yo y mis metáforas.
En este orden de cosas, la madrugada del pasado domingo fue para mí una noche de aguda, agudísima, perturbación anímica. Me acosté con la idea fija de cómo debía abordar una pequeña parte autónoma de la novela. Había hecho dos o tres pruebas esa tarde, pero ninguna me había satisfecho del todo. El narrador parecía embotado, porque acaso lo estaba yo, y nada tenía brillo ni interés. En resumen, no acababa de encontrar lo fundamental en una novela: el tono.
Durante la cena, mi marido me rogó que regresara al mundo de los mortales. De los mortales de carne y hueso, no de los de ficción, entre los que yo paso todo el día. No lo conseguí. La idea fija seguía zumbando, sin resolver.
Me acosté con ella, maldormí un rato y a las tres de la mañana abrí los ojos y me topé con la solución. Las ideas no siguen horario de oficina ni respetan nada. Allí estaba la idea, dándole órdenes a mi perturbación animíca, y yo me di cuenta de que no tenía nada que hacer, salvo acatarlas. Me levanté de la cama y subí al estudio, dispuesta a enfocar la parte de la novela que se me resistía.
Y así estuvimos, la idea, la perturbación y yo misma, hasta la hora de desayunar. Lo peor es que nadie en casa se sorprendió de aquella extravagancia de encontrarme despierta a esas horas de un domingo, lo cual demuestra que extravagancias cometo muchas, cada vez más, tantas que forman parte de la normalidad de nuestra casa.
La novela continuó, con el tono apropiado y el problema resuelto. Cuando releí las páginas escritas, me maravillé de estar lúcida a esas horas intempestivas y casi sin dormir. Y la palabra "obsesión" se hizo un hueco aún mayor del que tenía en mi modus operandi cuando escribo novelas.

* La imagen: en esa casa del carrer Ample de Barcelona vive uno de mis personajes. La foto es del día en que fui a visitarle, pero no me recibió, yo creo que porque conocía mis intenciones.


22 de octubre de 2012

Objetos perdidos


Cuando me documento para escribir una novela, suelo leer mucha prensa de época. Para lo último -que está en su recta final- me zambullí en los Diario de Barcelona de los años 1808 a 1835. Era un diario oficial, muy pegado al poder, pero que tenía algunas secciones de información práctica, pensadas para las clases populares, que no tenían otros métodos para difundir sus cosas. Estas secciones son las que de verdad me gustan y me sirven cuando estoy buscando información. Una de esas secciones es la de "Pérdidas". La gente de la Barcelona aún amurallada -y por mucho tiempo más- acudía a la redacción del diario para dar fe de las cosas que extraviaba en la calle. A veces se ofrecían recomensas, otras no. Los objetos perdidos de esta época darían para escribir con ellos varios cuentos, por eso he confeccionado una pequeña lista. 
Ya sabéis, si encontráis alguno, puede que estéis ante un viajero en el tiempo.

-Una llave pequeña de cómoda
-Un borrico negro que llevaba puesta la sarria
-Un justillo de bombasí
-Una hebilla de plata
-Un pase para salir por las puertas de esta ciudad y tres francos
-Dos medias de seda envueltas en un pañuelo
-Un reloj de faltriquera
-Un canario con moño
-Un copo de hilo de lino blanco
-Un pañuelo de narices vermejo y blanco
-Unos anteojos
-Una llave de cuarto
-Una perrita blanca esquilada de medio cuerpo para abajo
-Una carta de seguridad
-Unos guantes de seda grises
-Un alfiler de pecho
-Una llave de escritorio
-Un rosario
-Unos calzones
-Un pie de rey de cobre
-Una cartera de tafilete
-Un manojo de papeles de música que son una sinfonía de oboe
-Un niño rubio de dos años y medio (sic)



* La imagen: La caja donde todo termina.

20 de octubre de 2012

Mis 10

Me piden que elija los 10 libros más importantes de mi vida, razonando mi respuesta, como en el cole. Esto es lo que digo:


1- La piedra lunar, de Wilkie Collins. Lo leí bajo las sábanas a los 11 años. Eso marca.

2- Rimas, de Bécquer. Dieron un toque trágico a mi adolescencia.

3- Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand. Durante años, soñé con escribir algo parecido

4- Cementerio de animales, de Stephen King. Por confesar una lectura inconfesable. Todos tenemos.

5- La voz a ti debida, de Pedro Salinas. En algún momento, todo lector gótico-romántico se da cuenta de que hay algo más allá.

6- El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. Para mí, la mejor novela de su autor.

7-Primer amor, de Ivan Turgueniev. Mi primer pasaporte a Rusia.

8- Paisaje con grano de arena, de Wislawa Szymborska. La sencillez que seduce por su verdad.

9- Recuerdos del tiempo viejo, de José Zorrilla. Qué vulnerables son los grandes.

10- Yo confieso, de Jaume Cabré. La última pasión desenfrenada de mi vida como lectora.

18 de octubre de 2012

¡Vivan los Románticos!


Comoquiera que últimamente convivo con poetas románticos, me sirvo compartir con los alegres visitantes de este sitio virtual mi último descubrimiento, obra del muy serio caballero don Juan Eugenio Hartzenbusch, que parece alemán porque lo era su padre, siendo él muy castizo y muy madrileño, además de obsesionado -como todos los suyos- por las leyendas patrias. Se le conoce (no mucho, a decir verdad) por ser el autor del drama Los amantes de Teruel, recreación de la leyenda del mismo nombre y también por el atrevimiento de corregir a Cervantes en una edición del Quijote que anotó para la editorial barcelonesa Montaner y Simón. Mas, como se verá, gustaba a veces de entregarse a otros entretenimientos, por fortuna. Y discúlpeme el respetable por habérseme aferrado al estilo de este jueves otoñal esta pomposidad tan romántica, producto de la dicha convivencia y de la escritura de una escena que trascurre íntegra en el cementerio de un convento, en 1835 y entre seis amigos que todos hablan desta manera.
Y ahora, el poema:

LOS VIAJES
Juan Eugenio Hartzenbush
(1806-1880)

Un pescador, vecino de Bilbao,
cogió, yo no sé dónde, un bacalao.
-¿Qué vas a hacer conmigo?
(el pez le preguntó con voz llorosa).
Él respondió: -Te llevaré a mi esposa;
ella, con pulcritud y ligereza,
te cortará del cuerpo la cabeza;
negociaré después con un amigo
y si me da por ti maravedises
irás con él a recorrer países.
-¡Sin cabeza! ¡Ay de mí! (gritó el pescado)
y replicó discreto el vascongado:
-¿Por esa pequeñez te desazonas?
Pues hoy viajan así muchas personas.


* Por Dios que la instantánea es tan romántica como el bacalao de Hartzenbusch.

9 de octubre de 2012

Habla Virginia, una de las protagonistas de "El aire que respiras" (Fragmento descartado) *


Alrededor de una librería como la nuestra pululan personajes de todo tipo. Los despistados que no saben dónde entran y se quedan paralizados de estupor. Los que creen que la despistada eres tú y rebuscan en los anaqueles más altos pensando que encontrarán alguna joya que se te pasó por alto. Siguiendo las lecciones de mi padre, siempre dejo para ellos algún falso tesoro en las alturas. Se ponen contentísimos cuando los descubren, y yo me hago la sorprendida para no aguar su satisfacción. Luego están los asiduos. Conozco sus gustos, sus manías, sé lo que guardan bajo llave en sus casas, les escucho, les aconsejo, les presto ejemplares, les fío y les permito pagar a plazos, por mucho que mi padre proteste. No se me escapa que mi simpatía, junto con mi condición de mujer, son mis mejores bazas entre una clientela casi por completo masculina. 

Cuando una mujer entra en la librería, generalmente acompañando a su marido coleccionista, piensas que ojalá se hubiera quedado en casa, porque sólo sabe hacer dos cosas: arrugar la nariz cada vez que sél se interesa por el precio de un libro y recordarle la cantidad de cosas más útiles en que podría invertirse esa cantidad. A veces son las iracundas viudas que vienen a librarse de la biblioteca heredada y pretenden vender a precio de oro lo que en vida de sus difuntos hubieran regalado de buena gana. Aunque debo decir que suelen aceptar el precio que les ofrezco, por mucho que se aleje de sus aspiraciones iniciales. Las viudas de los bibliófilos venden con rabia, con desengaño, para recuperar el espacio —dicen— o para librarse del recuerdo de esos objetos malditos que en vida del marido les robó todo el protagonismo y gran parte de los cuartos. Si ellos hubieran podido saberlo, se habrían divorciado antes de permitir que sus tesoros cayeran en tales garras.



* La imagen: La conjuración de Catilina y la guerra de Iugurta, de Cayo Salustio Críspulo, el que se considera obra cumbre de la imprenta española, impreso por Joaquín Ibarra en 1772. Es uno de los ejemplares que se conserva en la biblioteca de la Real Academia de Historia, donde comencé la documentación de la novela.

7 de octubre de 2012

Memoria (oficial) de mi paso por Verines 2012


Este año los encuentros de Verines se dedicaron a la Literatura Juvenil y esta es la prueba de que allí anduve, con un puñado de compañeros. Hizo buen tiempo, hablamos sin parar y nos lo pasamos bien.

6 de octubre de 2012

Y mis libros sin mí


Mi bibliografía y yo

Lo reconozco: hace días que quería tomar esta foto, sólo para confirmar que la bibliografía que he utilizado -que aún estoy utilizando- para la escritura de EL AIRE QUE RESPIRAS, mi nueva novela, puestos los libros unos encima de otros, me supera en altura.

La foto tuvo sus dificultades técnicas (la tomó mi hija Elia, muerta de terror de que la pila se desmoronara de repente, como amenazaba).

En fin, ahí está: empíricamente demostrado.
Y aún quedaron libros fuera.