24 de diciembre de 2014

Servicios navideños


Miró hacia arriba, para comprobar que no se había equivocado de lugar. «Préstamo de niños para Navidad», rezaba el rótulo. Nada más entrar, un cartel multicolor proclamaba la certeza que servía de inspiración a todos los voluntarios que trabajaban allí: Haga sus Navidades inolvidables. Ponga en ellas un niño (o niña).
En aquel momento no había nadie esperando, una suerte. Rellenó la solicitud, procurando escribir sus datos con buena letra. En el espacio que decía: «Exponga brevemente sus motivos para solicitar nuestros servicios, escribió: Estoy solo.»
No podía ser más breve. Tampoco más cierto. Le aseguraron que recibiría respuesta en una plazo máximo de una semana. Se le hizo eterna. Y eso que tardaron sólo seis días en enviarle un correo electrónico que anunciaba: «En respuesta a su solicitud, durante las próximas Navidades contará usted con la visita de Laura, de ocho años». Tuvo que leerlo cuatro veces para creérselo, con los ojos llenos de lágrimas.
            Fueron las Navidades más felices de su vida. Hizo todo lo que había soñado durante años y años de soledad: patinar sobre hielo, adornar el árbol de Navidad, ir a escuchar un concierto de valses y polcas, escribir poemas navideños en preciosas postales, ver la cabalgata de los reyes magos subido a una escalera, comer turrón de chocolate hasta tener dolor de barriga, cantar villancicos desafinando mucho, ir al mercado a compadecer a los pavos rellenos…
            Al llegar el día 7 de enero, Laura tuvo que marcharse. Se llevó los regalos y una cesta llena de dulces.
            Pero dejó los recuerdos que había protagonizado, que permanecieron allí, muy vivos, el resto de su vida.
A veces, cuando se siente solo y hace mucho frío, él se arropa con ellos. Entonces se cree un hombre de suerte.


¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!! 

10 de noviembre de 2014

NOVEDADES DE OTOÑO 4 / Amaranta


Esta semana llega a las librerías mi última novela para jóvenes. Me gustaría contaros algo de ella.

A menudo mis charlas en los institutos terminan pidiendo a los asistentes que me cuenten alguna historia. Las de fantasmas son de nuestras favoritas. A todos alguna vez nos ha ocurrido algo que la razón no puede justificar al cien por cien. A menudo me cuentan historias inquietantes. Yo les digo lo que aseguran los expertos en fantasmas: que la adolescencia es un momento especialmente sensible para el contacto con el más allá. 
Hace unos tres años, después de una charla en un instituto, se acercó una alumna de 16 años y me preguntó si podía contarme una historia "muy fuerte" de la que no quería hablar delante de sus compañeros. Me la contó a mí sola. Me dijo que podía escribirla, si quería. Cuando comenzó, pensé que sería una historia como tantas otras. Pero a medida que me la iba contando, consiguió horrorizarme. No he podido dejar de pensar en ella en todo este tiempo. En parte por eso nació Amaranta, la novela con la que he ganado la última edición del Premio Jaén. Porque necesitaba contarla. 

Aunque la historia de fantasmas sólo es media novela, y en absoluto es la que todo el mundo destaca. La otra media es real, muy real. Amaranta es la hija de un banquero muy rico, muy famoso y -claro- muy corrupto. Su futuro está decidido de antemano, aunque a ella no le guste: debe seguir los pasos de su abuelo y de sus padres al frente de Bancomundo, el banco de su familia. Aunque todo cambia de pronto, la noche de su decimoctavo cumpleaños, cuando conoce a Ismail, uno de los camareros contratados por la empresa de cátering que ha organizado una megafiesta en su casa, y se enamora de él.

Hace años que dejé de ser adolescente. Tampoco creo en fantasmas, aunque a menudo escriba sobre ellos (sé que a algunos les decepciona saberlo). Sin embargo, sigo creyendo fervientemente en dos cosas que son la base de esta novela: que el amor es capaz de cambiarlo todo y que la única esperanza del mundo son los jóvenes. Ojalá ellos no sean como nosotros.
Y ojalá os guste lo que Amaranta ha venido a decir, que es mucho. Muchísimo.

30 de octubre de 2014

NOVEDADES DE OTOÑO 3 / Se vende mejor amigo (SM)

Óscar y Nora parecían inseparables, ¿verdad? Ni a ellos mismos se les había ocurrido nunca que algún día podrían enfadarse. Sin embargo, tampoco contaban con que Nora conocería un día a Muriel y que juntas querrían organizar algo en lo que Óscar no tiene cabida: una fiesta de pijamas. 
Pero, ¿por qué? ¿Acaso no existen las fiestas de pijamas para niños? ¿Es que los niños no tienen pijama? Estas son las preguntas que se formula Óscar mientras se deprime (ya le conocéis) y busca una solución al mismo tiempo. 
La encontrará, por supuesto, ¡claro que la encontrará! Pero antes tendrá que comerse solo un bocadillo de mortadela debajo de una acacia, entender qué significan las cosas que dicen las niñas y recibir consejos de un hada cursi.
¿Qué pensáis? ¿Tendrán arreglo los problemas de Óscar? 

Lo que ya no tiene arreglo, mal que me pese, es el final de esta colección. Después de Se vende mamá (2009), Se vende papá (2011), Se vende garbanzo (2013), las aventuras de Óscar y Nora llegan a su fin. 
No me canso de recomendar los dibujos de Andrés Guerrero. Después de trabajar con él en estos cuatro libros, me he convertido en su fan incondicional. Andrés tiene una gran sensibilidad para captar los pequeños detalles del texto. Os invito a comprobarlo. Sin él, Óscar y Nora no habrían sido lo mismo. Y me consta que nuestros pequeños lectores opinan igual y son tan fans como yo.

* El 4 de noviembre en librerías. También en catalán (Cruïlla).

20 de octubre de 2014

20-O




Sé perfectamente en qué día comencé a escribir. Ha quedado constancia en uno de aquellos diarios pasados de moda, que se cerraban con un candadito. El mío siempre tuvo el candado roto, pero me servía igual. Era 22 de octubre de hace hoy 36 años.

15 de octubre de 2014

Cita a las doce y dos

Los hijos son nuestra cosecha, nuestro cultivo, nuestra tierra. Son pájaros a los que se suelta en la oscuridad. Son errores renovados. Pero son la única fuente de que puede extraerse una vida más cumplida, más lúcida que la nuestra. De un modo u otro harán algo, irán un paso más lejos, verán la cima. Creemos en ello, en el resplandor que despide el futuro, los días que no veremos.

James Salter
Años Luz

10 de octubre de 2014

NOVEDADES DE OTOÑO 2 / El taller de la imaginación (Alba editorial)

Hace años que pienso que la escritura de ficción debería formar parte de los currículos escolares en primaria. Siempre que puedo, termino las charlas sobre mis libros con un pequeño taller para los más pequeños. Ellos disfrutan mucho jugando a ser escritores. La escritura creativa acerca a los alumnos a la lectura desde otro punto de vista, pero además, escribiendo se adquiere seguridad, se conoce mejor a los compañeros, se desarrolla la imaginación, se aprende a romper con el pensamiento lógico, se da rienda suelta a los deseos...

A lo largo de estos años también he impartido talleres para profesores de primaria (y lo sigo haciendo). Muchos de ellos me han confesado que les gustaría incluir en sus clases ejercicios de escritura, pero que literalmente no saben por dónde empezar.
Pues bien, este es un manual sencillo dirigido a profesores de primaria, con la finalidad de que lleven la escritura creativa a las aulas. En él desarrollo algunos de los ejercicios que durante años he realizado en colegios de todas partes. Son fáciles, divertidos, y dan resultados sorprendentes. 

Por poner un ejemplo: en él recojo la historia que inventaron el año pasado unos alumnos de cuarto de primaria (9 años) a raíz de la contemplación de una fotografía de Chema Madoz. Os aseguro que es pura poesía. Trata de una nube que es adoptada por los alumnos de un colegio. La alimentan con su sudor y la nube vive feliz instalada en el techo de la clase. De vez en cuando la sacan de paseo por el patio atada con una correíta. Cuando se enfada, la nube truena, pero nunca le duran mucho los enfados. Hasta que llegan las vacaciones y surge un grave problema: las madres de los alumnos no quieren a la nube en casa. ¿Qué pasará?

Os aseguro que ellos lo tenían clarísimo. Yo me limité a escribirlo en estas páginas. Ojalá os gusten las historias que contienen. Y, sobre todo, ojalá descubráis con ellas pequeños grandes autores.

9 de octubre de 2014

Primicia: ya tenemos cubierta de Amaranta


Aún falta un mes para que llegue a librerías, pero de momento 
os presento en primicia la portada. En unos días os cuento algo más.

7 de octubre de 2014

NOVEDADES DE OTOÑO 1 / El misterio Cro (Edebé)

Algunos ya conocéis a los protagonistas de estos libros. Son tres hermanos y juntos forman una agencia de detectives muy especial. Adrián es algo así como el jefe, por eso toma las decisiones, aunque es un poco despistado. Elia es muy aplicada y siempre cumple con sus obligaciones detectivescas a la perfección. Y Álex, que sólo tiene 6 años, tiene sus propios y originales trucos para resolver los casos. En esta ocasión se enfrentan a un misterio doble: un anillo desaparecido y una presencia nocturna. También hay una abuela que hace croquetas y dos gatos recién llegados a la familia. Y mucho sentido del humor, como suele ser habitual.

Ya he dicho en alguna otra ocasión que estos personajes y estos libros no son de ningún modo uno más. Hace unos días desvelé el "secreto" en Facebook, pero ahora voy a hacerlo aquí. Conozco muy bien a esos tres hermanos: son lo mejor que he hecho en mi vida. Adrián, Elia y Álex, mis tres hijos. Les hice protagonistas de estos libros en parte por retener su infancia. No porque no quiera que crezcan, sino porque no quiero olvidar cómo eran mientras crecían. Y también porque pienso que estas novelitas congelan su infancia, la guardan en pequeños fragmentos para el día en que ellos sean mayores (y tal vez yo ya no esté) y quieran recuperarla, acordarse de cómo eran, de cómo éramos, de lo mucho que les queremos. Recordar que son y siempre serán lo mejor de la vida de su madre. A pesar de que su madre parece vivir por y para los libros, de viaje en viaje, siempre de aquí para allá.
En fin.
Eso es esta colección para mí.
Ojalá os haga reír. 


6 de octubre de 2014

Cita a las doce y dos

Vencerás quien consiga hacer que el otro se sienta culpable. Perderá el que confiese su culpa.

La fiesta de la insignificancia
Milan Kundera

5 de octubre de 2014

Reflexiones inútiles ante un chocolate caliente en Iasi


Sigo en Rumanía. Hoy he tenído otra mesa redonda. No os asustéis. No he degollado a nadie. Todo lo contrario, he conocido a Claudia, una traductora brillante (la de la derecha, en la foto superior) que me ha reconciliado con el mundo (en especial con el de los traductores simultáneos). He compartido mesa con mi colega, narradora y poeta, Ioana Nicolaie, a quien me ha encantado conocer. He charlado durante un rato con 300 jóvenes acerca de Habitaciones cerradas ("Incapere ferecate", en rumano), que ellos habían leído. He disfrutado mucho. Es emocionante que la literatura pueda compartirse y que haya personas que quieran hacerlo.

La moderadora de hoy era una mujer, Emil Munteanu. Hablaba de pie en el escenario, detrás de un atril. Estaba muy preparada. Había seleccionado fragmentos de los libros que comentábamos. Se ha referido a ellos con propiedad, aunque brevemente. Del mío, considero que ha dicho cosas muy inteligentes. Luego cedía la palabra, se encargaba de que todo fuera ágil. Arrebataba el micrófono a quien se extendía demasiado. Las dos horas de hoy han pasado volando.

Lo cual me lleva a una reflexión. Esa tipología más o menos clásica de moderador, el moderador que no modera sino que sermonea, que dice tontería tras tontería sin salir de la más idiota autocomplacencia... ese tipo de moderador, ¿será mayoritariamente masculino? Me gustaría saberlo. 

Estoy en el Café Phoenix de Iasi, frente a una taza de chocolate caliente, mi trabajo en la FILIT ha terminado y no tengo absolutamente nada que hacer hasta que un taxi venga a buscarme de madrugada para llevarme al aeropuerto. Tengo tiempo, puedo reflexionar acerca de cualquier memez. Por ejemplo, el origen de la pesadez de los moderadores de mesas redondas sobre Literatura.

En otros campos existen estadísticas. Por ejemplo, la población presidiaria. 24 por ciento de mujeres. El resto, hombres. Los asesinos adolescentes. Sólo 2 por ciento de mujeres. Los directores de orquesta. 4 por ciento de mujeres. ¿Habrá algún dato que indique que los moderadores autocomplacientes son, pongamos, en un 89 por ciento hombres? ¿Un 93 por ciento?

¿Por qué matan los hombres? ¿Por qué dirigen orquestas? ¿Por qué moderan mesas redondas? No tengo ni la menor idea. ¿Qué pretenden las mujeres que hacen lo mismo? ¿A qué aspiran? ¿Y a qué aspiran ellos? ¿Son felices? ¿Se sienten bien? 

Intento recordar a los moderadores insufribles con quienes he tropezado a lo largo de mi vida y sólo acuden a mi cabeza hombres. En serio. Ni una sola mujer en ese rol de soy-una-pelmaza-pero-me-da-igual. Lo cual no significa que no haya mujeres pelmazas, y que éstas no puedan moderar mesas redondas sobre Literatura, y hablar hasta que la gente se desmaye o se muera de tedio y citar veinte veces a Ulises camino de Itaca. Pobre Ulises, qué culpa tendrá él, algún día le dedicaré un post. A modo de desagravio.

3 de octubre de 2014

El disparate es una mesa redonda (en rumano)



Voy a contaros la mesa redonda más absurda de mi vida. Tuvo lugar el miércoles pasado, en Iasi, una maravillosa ciudad del noreste de Rumanía, donde se celebra el FILIT, el festival de literatura más importante de la Europa del Este (con primeras espadas en el cartel, como Herta Müller o David Lodge). La mesa redonda estaba planteada bajo el título "Escritores en el centro". ¿En el centro de qué?, pregunté a una de las voluntarias de la organización, mientras nos dirigíamos hacia el encuentro. "En el centro de la ciudad", me contestó, "es por el lugar donde se ubica el escenario principal". La respuesta me inquietó en lugar de tranquilizarme. Ergo, la mesa podía plantearse de cualquier manera. En ella estábamos convocados el muy respetado -y venerable- escritor rumano Ion Vianu, casi un héroe de la resistencia contra Ceaucescu, quien regresó al país desde su exilio después de la caída del régimen comunista en 1989 y por Bogdan Suceava, un matemático rumano formado en la Universidad de Michigan (Estados Unidos) de quien me interesaba saber un montón de cosas (lo confieso: era el único con quien me sentía, a priori, en cierta sintonía). Aunque ni yo les había leído a ellos ni ellos a mí. La piedra angular de todo el meollo era el moderador, un profesor de nombre Nicolae Cretu con muchas ganas de hablar y nada que decir. De esos que hablan de Ulises, citan a Benjamin sin venir a cuento y se encuentran interesantísimos a sí mismos. Es un moderador-tipo en este tipo de actos, me temo: el moderador que no modera, sino que se luce (o piensa que se luce). El caso es que en cuanto cogió el micrófono el señor Cretu destripó mi novela ("Habitaciones cerradas") de principio a fin, sin olvidarse, por supuesto, de contar con detalles el final. Luego me lanzó una pregunta, también tipo, sobre Barcelona. Cómo me influye la ciudad, cómo hago para escribir en Barcelona, rodeada de tan hermoso paisaje, a qué huele mi novela, algo así. Cuando viajas para hablar de literatura, tienes que estar preparada para contestar todo tipo de cosas incontestables. Yo lo estoy. 

El desastre llegó por otro motivo. Desde que entré en la sala comencé a preguntar por mi traductor simultáneo. Nadie allí parecía saber nada del paradero de la persona que debía encargarse de salvar ese muro infranqueable de los idiomas. Sí, sí, estaba todo previsto, me aseguraban, pero allí no aparecía nadie. Sólo un minuto antes de empezar me presentaron a una delicadeza rubia de unos veinte años muy bien adornados, quien en un español más que macarrónico me dijo: "Yo estudia español mas aún no hablo bueno".

Comenzaron a acudir a mi mente prefiguraciones de la tragedia. Dicen que el primer texto en rumano fue una carta escrita por un noble para avisar de un ataque de los turcos a la ciudad de Brasov. Pues bien, no creo que ese noble sintiera más pánico que el que yo experimenté al escuchar esa frase en los labios rosa pálido de mi belleza rubia. 


Tomamos posiciones. El señor con ganas de hablar disertó durante unos seis minutos. Mi traductora estaba más tiesa que una sota, con las rodillas muy juntas. Viendo que no me decía nada, le pregunté de qué estaba hablando el presentador. Entonces ella se volvió hacia mí y me preguntó si no entendía nada de rumano. Le dije que si entendiera el rumano no la necesitaría y volví a insitirle en que me tradujera (o resumiera) las (muchas) palabras del presentador. Entonces ella me dijo, lacónica como una princesa de cuento: "Está diciendo hola". 

Cuando llegó mi pregunta sobre Barcelona (o a saber), el señor llevaba hablando unos 20 minutos, el público comenzaba a fruncir el ceño y mi traductora sólo me había dirigido la palabra para informarme de que estaba muy nerviosa y no le salían las palabras en castellano. Al verla tan apurada, se me pasaron las ganas de degollarla y sentí una especie de ternura maternal. Le dije: "No te preocupes, ya aprenderás, tú haz lo que puedas y no sufras". Lo cual ella interpretó como que no necesitaba hacer nada más y dejó de traducir (si es que antes lo había hecho). Y yo hice lo único que podía hacer, dadas las circunstancias: poner cara de pues-aquí-estamos y desear que el sufrimiento fuera corto, Pero entonces recibí la pregunta y, como suelo, traté de responderla. Mi rubia, dispuesta como si supiera, agarró el micro. Yo dije una frase corta, eligiendo palabras romas, verbos sin complicaciones, adverbios terminados en mente. En fin, traté de hablar un español fácil, de nivel 1. Pero no sirvió de nada. Mi traductora se encalló en la primera frase. Comenzó a tartamudear, me miró con cara de pánico. Me preguntó bajito qué había dicho, si se lo podía repetir más despacio. En la primera fila, una señora traducía en voz alta antes que mi cándida aterrorizada. Yo no sabía qué hacer: si hablar, callar, insistir o matarla (incluyendo a alguno de la organización). Había llegado, como temía, el ejército turco.

Entonces alguien desde el público me animó a hablar en castellano. ¿En serio?, pregunté. Y una señora muy dispuesta lanzó: "¡Claro, somos lenguas románicas!". Así que comencé a hablar sin intermediaria y con mis propias palabras. Un alivio. Aunque duró poco, porque enseguida me di cuenta de que mis colegas en la mesa no tenían ni idea de lo que estaba diciendo. Y un setenta por ciento del público, me temo, tampoco. Lo supe porque pusieron la misma cara de pues-aquí-estamos que tenía yo momentos antes. A estas alturas, claro, ya había entendido que el único tema de la mesa redonda era el disparate. Y lo peor es que me había resignado a ello.

Cuando el señor Cretu empuñaba de nuevo el micrófono (¿por qué nadie se lo arrebató?) para lanzar otro de sus discursos sobre Ulises camino de Itaca y yo comenzaba a adoptar el modo qué-horror llegó mi agente en Rumanía, Simona Kessler. Simona es una mujer generosa en todos los sentidos. En el físico, en su simpatía desbordante y en una inteligencia que se adivina a través de sus palabras ágiles y su crítico -a veces cínico- sentido del humor. Fue mi salvación, aunque costó que la belleza rubia -parecía petrificada, igual lo estaba- se levantara para dejarle sitio. En cuanto Simona se sentó a mi lado y comenzó a traducirme -al inglés-, las palabras de los demás, todo comenzó a iluminarse. Pude seguir los discursos de mis colegas e incluso entablar con el señor Vianu una especie de oda de amor a Barcelona, una ciudad que él dice amar sin haberla pisado nunca. Fue bonito pero tan absurdo como todo lo demás.

Todos estos discursos me llegaron iluminados por las miradas y los comentarios de Simona. Cuando uno de ellos habló de cierta trilogía de corte ensayístico de la que es autor, los ojos de Simona brillaron maliciosamente mientras ella decía: "Oh, my Goodness, is a trilogy!" (Oh, Dios mío, es una trilogía!). Cuando uno de ellos dijo algo incomprensible sobre los pretendientes de Penélope, Simona susurró: "I have translated correctly, I promise!" (lo he traducido bien, te lo aseguro). Y cuando el señor moderador comenzó a enrollarse de nuevo, Simona dijo: "We can wait to the next question, dear" (podemos esperar a la siguiente pregunta, querida) y miró su móvil para ver cuánto tiempo quedaba. Es decir, que desde ese momento, la terrible pesadilla se convirtió, gracias a esa mujer portentosa, en un sainete. Tuve que hacer grandes esfuerzos para no desternillarme de risa cada vez que Simona añadía una de sus morcillas a los comentarios de mis compañeros de mesa. Aunque, bien mirado, prefiero mil veces tener que contener la risa a contener las ganas de asesinar a una estudiante de traducción mona y jovencísima. Después de todo, no merece la pena darle este gusto al dios de Babel. ¿O no dice la Biblia que si confundió las lenguas fue para sembrar la discordia entre nosotros?

Menos mal que Satanás tuvo la ocurrencia de inventar el inglés.


* En medio de todo este embrollo me dio tiempo de hacer una especie de selfie de la mesa. En la foto se ve a todo el mundo menos a mi. ¿Será porque deseaba no estar allí? 
En Internet encontré la otra, justo sobre estas líneas.

2 de octubre de 2014

YO TAMBIEN PIRATEO LIBROS (EXPIACIÓN)



Lo de hoy es una tragedia: estoy en Rumanía sin nada que leer. Salí de casa con lectura, claro. Un libro de John Irving de más de mil páginas. Pero lo olvidé en mi hotel de Bucarest. Desde que eso pasó, hace dos días, hasta ayer por la noche, me leí todo lo que llevaba en la tablet -no mucho-: los cinco originales para el concurso literario del que soy jurado en noviembre, las andanzas de Isabel II por Barcelona a mediados del siglo XIX, un manual sobre inteligencia emocional... en fin. Hasta que anoche tuve una idea brillante. "Voy a comprar un ebook", me dije. Podría haberlo pensado antes, lo sé. Soy lenta de reflejos, además de adicta al papel.
Busqué libros en castellano en la página web de mi librería de siempre. Pensé en lo útimo de Kundera, que aún no he leído. Para mi sorpresa, no estaba disponible en ebook. Pensé en David Lodge. Nada de ficción disponible (de hecho, sólo "El arte de la ficción" puede leerse en formato virtual). Pensé en Roberto Bolaño. Absolutamente nada. ¡Nada de nada en ebook! ¡Ni siquiera "2666"! Bueno, sí: "2666" está en ebook, pero en inglés (claro). "Aún no estoy tan necesitada para tener que leer a Bolaño en inglés", pensé. Finalmente, se me ocurrió Ana María Matute y sus póstumos "Demonios familiares", que estoy deseando leer. ¡Eureka! Lo encontré en formato electrónico al carísimo precio de 12,99 euros. Decidí comprarlo impulsada por la necesidad, aunque me parece un precio astronómico para un ebook.
Seguí los pasos necesarios. Después de pagar, descubrí que el formato del libro no era compatible con ninguna de las aplicaciones de mi tablet. Descargué un folleto donde me explicaban cómo hacerlo compatible. Me descargué otra aplicación (de pago), pero tampoco funcionó. Lo intenté durante más de una hora antes de rendirme. Lo último que hice fue escribir un mail a la librería. Me han contestado esta mañana, diciéndome que debo descargar otra apliación, solicitar una ID y convertir el libro en esa aplicación. Aún no lo he intentado. Matute sigue esperando en el limbo virtual. 
Antes de irme a la cama a horas tempranas, en una ciudad donde no conozco a nadie y sin nada que leer, se me ocurrió buscar en Internet un maléfico sintagma: "Milan Kundera gratis". Aparecieron varias páginas de descarga gratuita. La que elegí ofrecía la posibilidad de descargar la última novela del famoso autor checo en dos formatos diferentes. Elegí el epub. Dos segundos más tarde tenía en mi tablet "La fiesta de la insignificancia". La leí de un tirón ayer por la noche y contribuyó mucho, como siempre hace Kundera, a mi felicidad.
De modo que he pirateado el primer libro de mi vida. Ya les advertí que esto de hoy era una tragedia. Digo en mi descargo que lo he hecho por necesidad y porque no tenía alternativa, y lo confieso públicamente porque estoy avergonzada y muy arrepentida. He robado a uno de mis autores favoritos. He robado a su traductor, a su agente, a los trabajadores de una editorial que forma parte de mi vida (al corrector de pruebas, al maquetador, al diseñador de la cubierta y en última instancia, a su editora, mi admirada Beatriz de Moura). He contribuido a hundir un poco más el mundo editorial. De modo que, señores de Tusquets, admirada Beatriz de Moura: estoy dispuesta a reparar mi falta y abonar la cantidad oportuna a modo de resarcimiento. Envíenme la factura correspondiente sin dilación, se lo ruego. 
Sin embargo, antes de eso me permitirán unas palabras. ¿Son ustedes, los editores, quienes se pasan el día lloriqueando por el enorme daño que está haciendo la piratería al mundo editorial? ¿Son ustedes quienes se pasan el día lloriqueando por el cambio de hábitos lectores, por la falta de educación del público, por la pasividad de nuestros dirigentes? ¿A qué esperan, señores de Tusquets, para poner a la venta en epub, en pdf, en lo que haga falta, el último libro de Kundera (y el resto de novedades de su catálogo)? ¿A qué esperan todos los demás, con muy pocas excepciones, para vender los libros electrónicos a un precio adecuado? Un ebook jamás debería superar los 7 euros. 5 sería lo óptimo. ¿A qué esperan para digitalizar sus catálogos, empezando por los autores más buscados, más leídos, y ampliando al resto, poco a poco? Mientras no hagan nada, salvo quejarse y lloriquear -esa práctica tan extendida en el mundo ediitorial-, ustedes -los editores- son tan responsables de la piratería como los propios usuarios.
¿No será que resulta más fácil echarle las culpas a otros (al gobierno que no aprueba las leyes oportunas, los lectores que roban los contenidos, los libreros que no saben reiventarse...) que hacer algo de verdad efectivo para solucionar el problema? ¿No será que piensan mucho más en cómo hacer para contentar a los distrubuidores, de quienes económicamente dependen, que en proteger a sus autores, cada vez más perjudicados? En el fondo, siempre habrá autores, no importa que los de ahora desaparezcamos o tengamos que dedicarnos a otra cosa, siempre habrá gente que escriba y quiera publicar. Incluso a cualquier precio.

18 de septiembre de 2014

ASOMBRO (un cuento de verano)

Ilustración: Elena Ferrándiz


Los niños comenzaban a aburrirse del verano cuando la primera tormenta dejó en la orilla el gran tronco negro. Los cuatro amigos tenían edades comprendidas entre los ocho y los once años. Estaban todos, pues, en alguna encrucijada difícil de la existencia.

La infancia no es el Paraíso que los adultos recordamos.

El tronco era impresionante: alto como un poste de teléfonos, con la piel astillosa toda contorsionada, carbonizada o recubierta de grietas. Quedó varado en la orilla, hundido por los pies en la arena, como una gran ballena flaca. Los niños lo sacaron del agua uniendo fuerzas y lo arrastraron hasta una zona segura. Luego se sentaron a mirarlo para convencerse de su proeza.

-¿Está muerto? 
-Yo creo que sí 
-Es como el fantasma de un árbol, y cuando los fantasmas regresan al reino de los vivos es porque quieren algo.
-¿Es negro o está quemado?
-Es el superviviente de un gran incendio que hubo al otro lado.
-¿Al otro lado del mar?
-Al otro lado del mundo.
-¡Sí! ¡Lo he visto en la tele!
Crecía aquella fascinación a coro. A la imaginación se le escapaban palabras fascinantes: Bósforo, Adriático, Mármara...

En el silencio de los niños crecían las incógnitas. Ellos no sabían de incendios, pero eran expertos en el aburrimiento que se acumula sobre los días como el polvo sobre los muebles. Por eso el tronco negro fue tan bien recibido. Ellos en verano habitaban un mar donde apenas había novedades. Allí las tormentas eran de andar por casa, lo mismo que las mareas. Las corrientes apenas se dignaban. El tronco era un acontecimiento.

En toda infancia debería haber siempre una playa. Y en toda playa debería haber siempre un tronco retorcido a merced de quienes sepan apreciarlo.

El primer trabajo del árbol negro fue de poste vigilante. Lo libraron de algas y otras molestias, cavaron un hoyo grande donde sepultar sus pies retorcidos y lo irguieron. En lo alto tenía un botón en relieve que visto de lejos parecía un ojo. Jugaron unos días a no hacerlo enfadar. Si alguien infringía una norma, era delatado al árbol. Pero aquella fue una ocupación temporal: una tarde, a uno de los niños se le ocurrió un disfraz. Le fabricó una peluca de lana azul y de un contenedor rescató un abrigo viejo. Entonces el poste tuvo gafas -una ganga de mercadillo- pero no ojos. Tuvo mangas sin brazos. Por las noches, los niños lo visitaban. Alguno le hizo confidencias que nadie había escuchado nunca.

Hasta que un día los niños llegaron a la playa y su tronco no estaba donde siempre. Lo buscaron hasta encontrarlo en la caravana de un turista inglés muy viejo. Lo había puesto junto al toldo del porche y servía para sostener jaulas de pájaros, más de doce. Mantenía su peluca azul, que la brisa azul despeinaba a capricho.

-Es nuestro -protestaron los niños-, ese inglés no tiene derecho.
-Los amigos no pertenecen a nadie. Vuelven si quieren.
-¿Y creéis que nuestro árbol volverá? 

Llegó el final de las vacaciones y el árbol seguía soportando pajaritos. Los niños miraban mal al inglés, pero él no era consciente de su falta. Durante aquel invierno, los niños suspiraron de alivio al saber que el inglés se quedó allí, en su playa, hasta bien entrado el otoño. Al cabo, los niños son personas muy ocupadas, de esas que sólo en verano tienen tiempo de ocuparse de un árbol muerto.

Al verano siguiente, los cuatro regresaron a la playa de su memoria. El árbol ya se había marchado. El inglés tampoco estaba. 

Los niños crecieron. Siempre más serán adultos que miran al mar con asombro, esperando algo que llegará.


* Este relato y su ilustración fueron publicados en el número 74 de la revista Azul Marino

4 de mayo de 2014

Correspondencia


Cuando tenía quince años le escribí un carta de amor a Gabriel García Márquez. Después de leer una de sus novelas (dos veces, una tras otra), necesitaba decirle que para mí no existiría jamás un escritor como él. También aproveché para contarle que yo también escribía (este también, ¡qué atrevimiento, entonces!) y que estaba decidida a hacerlo el resto de mi vida.

Comencé a leer a mi escritor favorito por recomendación de un novio efímero. Fue un consejo de piscina, un verano. Más tarde, desvanecida aquella pasión primeriza, quedó el legado de un escritor que ya habría de acompañarme para siempre. Tuve mucha suerte. Pocas veces una relación tan insustancial deja algo de tanto provecho. Todo esto también se lo conté a García Márquez.

Ahora no me acuerdo de dónde saqué la dirección de Ciudad de México a la que envié la carta. Era un nombre sonoro, con ángeles y fuego, o eso es lo que ha quedado en mi memoria. Cuando la dejé en correos el sello me pareció baratísimo considerando la importancia del envío. Nunca esperé una respuesta rápida. Tenía suficiente con haberla escrito. Quizá las cartas de amor lo son más cuando no obtienen respuesta. García Márquez lo sabía. Por eso nunca respondió.

A veces me pregunto dónde debió de ir a parar mi carta. Si debe de estar clasificada maniáticamente en algún archivo. Si algún día la encontrará algún estadounidense que trabaje en una tesis rara, pongamos por caso Tipología del correo por contestar en los autores del boom (1979-1985). O puede que mi carta se perdiera en alguna parada de su largo viaje. Quizá Mercedes, la señora Márquez, la utilizó para escribir la lista del supermercado. A veces me pregunto si alguien la leería alguna vez. Si despertó alguna sonrisa. Todo ello en el caso de que la dirección fuera la correcta. Si no, las posibilidades se multiplican demasiado.

De vez en cuando, pensaba en él, en García Márquez. Pobre, con el Premio Nobel y tantos viajes de aquí para allá, no podía ponerse al día con la correspondencia. Quizá era la respuesta la que se había extraviado. Tal vez una casualidad la había retenido en algún lado, como esas cartas de Elvis que tardaron treinta años en llegar. Tengo paciencia, y no le doy más importancia al hecho de que mi corresponsal haya muerto. En Macondo, donde se ha mudado hace poco, los muertos tienen una agitada vida social y gustan de cultivar las relaciones epistolares. Quizá ahora tenga más tiempo que antes. Quizá aproveche para poner al día la correspondencia.
   

2 de mayo de 2014

Supermami de abril (y 2)


30 de abril de 2014

24 de abril de 2014

Sant Jordi 2014: Una crónica fotográfica


Haz click AQUÍ para ver las fotos.

14 de abril de 2014

Supermami de abril


4 de abril de 2014

Un principio de algo


Enumera en voz baja
las cosas importantes
de este mundo:
Una persona. Un objeto.
Un paisaje. Un lugar.
Un recuerdo. Un deseo.
Tan solo lo esencial:
aquello que jamás
cambiarías por nada
ni por nadie.
Lo que no venderías
ni por una fortuna.
Lo más irrenunciable
de tu vida. Lo amado.
Aquello cuya ausencia
no tendría remedio.

Recuerda:
Es poco pero inmenso
lo que más nos importa.

Recuerda:
Si pones precio a lo esencial
el precio terminas siendo tú.

Recuerda:
La deuda está pendiente
y he venido a cobrarla.

2 de abril de 2014

La felicidad de Andersen


Hans Cristian Andersen
fue un niño muy desgraciado. Nació en Dinamarca, el 2 de abril de 1805, de una madre que se había visto obligada a prostituirse por su progenitora (la abuela del pequeño Hans), y que más tarde se casó con un generoso señor Andersen, enrolado muy pronto en los ejércitos de Napoleón. La madre murió alcohólica, y el padre se mató al saberlo. El pequeño Hans tuvo que trabajar en una pañería y en una fábrica de tabaco y pasó gran parte de su infancia en la miseria económica. Por fortuna, fue recogido por su abuela paterna, que le adoraba, y por una vecina que le enseñó a leer. En la comunidad donde vivía, la pequeña isla de Fionia, los contadores de cuentos eran una tradición ancestral, que él siguió y admiró. Esos contadores, herederos de los inuit, enseñaron al niño Andersen algo que no sólo sería su medio de subsistencia, sino su salvación: contar historias. Así, el pequeño huérfano se hizo contador para liberarse, para dar una forma a su terrible pasado, para exorcizarlo. La ficción como salvavidas, como constructor de identidades, como vínculo que nos ayuda a comprender por fin el mundo, seguramente nada explica mejor nuestro afán por conocer historias, por recibirlas, por perseguirlas. Cuando años más tarde el ya muy famoso Hans Cristian Andersen escribió su autobiografía, la comenzó afirmando: "Mi vida es un bello cuento de hadas, magnífico y feliz".
Lo fue, en parte, porque a través de sus cuentos Andersen ayudó a otros niños desconocidos, algunos de los cuales nacerían muchos años después de su muerte, a curarse de las heridas de la vida.
Hoy 2 de abril, día internacional de la Literatura Infantil y Juvenil, día también del nacimiento del universal autor danés, recuerdo esta historia, que conocí leyendo al neurólogo y psiquiatra francés Boris Cyrulnik*. También comparto las imágenes del día en que me senté en las rodillas de Andersen, en Central Park, Nueva York, y le susurré al oído mis propias razones para escribir.


* El murmullo de los fantasmas. Volver a la vida después de un trauma, editorial Gedisa (2003).

El otro soldadito de plomo



-Esta es mi historia, amigos: vivía yo con un anticuario viejo y gruñón cuando fui adquirido (por Internet) por una escritora que me creía idéntico a un personaje de una de sus novelas, de nombre Brancaleone. Estaba equivocada, claro, como todos los que viven fuera del mundo. Planifiqué mi fuga durante semanas y al fin lo logré. Un gato gris y gordinflón, de nombre London, me ayudó a alcanzar la calle. Una vez allí, me lancé a una cloaca, donde me esperaba un zapato de cordones a punto de zarpar. Por desgracia, hacía aguas. Así conocí el mar al mismo tiempo que el terror. Por desgracia peso mucho, no tardé en dar con todo mi plomo en el fondo. Fui deglutido casi enseguida por un besugo. El besugo no era muy espabilado, vio un anzuelo donde se retorcía un gusano, y se dejó pescar por el Amaranta, un barco que faena todos los días frente a las aguas de El Maresme. Mi besugo -conmigo en la panza- fue subastado en el Puerto de Arenys, donde me adquirió Maria Rosa, la pescadera que tiene su puesto en la plaza de Cuba de Mataró. Allí fui vendido por segunda vez en mi vida, aunque esta vez sin salir de mi escondrijo. Quién me iba a decir que la compradora sería la misma que la otra vez. De modo que regresé a esta casa, donde volví a encontrar a la misma escritora, que desde el sábado cree en los milagros de la casualidad mucho más que antes. Y quien no. Mi corazón de plomo también comienza a dejarse convencer por lo inexplicable.

HOY 2 DE ABRIL ES EL DÍA INTERNACIONAL DE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL.
QUE LA MIRADA DEL NIÑO NUNCA OS ABANDONE.
Y LOS LIBROS, TAMPOCO.

28 de marzo de 2014

Noroc (poema)

Tres piedras,
una esquirla de madera
y un brote de basilisco,
todo amarrado con lana
a un jirón de tela diminuto.
Es un regalo.
Prometo no separarme de él.
"Lo llevaré conmigo para siempre",
le digo a la mujer de manos tristes
que sonríe y me observa
en el silencio afín
de las incógnitas.
Es un regalo. 
Desea hacérmelo porque
ha leído un libro mío.
Se ha emocionado, dice,
y desea que escriba mucho más.
Que escriba siempre.
Otra historia capaz de conmover.
Otra historia.

No es joven.
Tiene esa edad
en que las heridas cicatrizan
o se abren para siempre.
Edad de haber sufrido,
como el aya de Ulises.
Edad de llevar dentro del alma
algún peso insufrible,
edad de aligerarlo de una vez
y caminar sin lastres.
Mi historia le ha arañado el corazón
a saber por qué motivo triste.
La ha leído dos veces, asegura.
Va a volver a empezar.
Le prometo, de veras,
no separarme nunca
de este amuleto extraño
que proviene del Norte 
de un país que no es mío.
Sonríe: no me cree.
Escruta mis pupilas
en busca de verdades absolutas.
Se pregunta qué angustia
escondo tras la máscara.
Me descubre, adivina.
Sabe bien por qué escribo,
aun sin escucharme.
Yo también disimulo:
no lo dice mi voz
sino mi gesto.
Escribir es poner
palabras donde duele.
Escribir es buscar
antídoto a la vida.
Es por eso que escribo. 
"No me separaré de tu amuleto,
hasta el fin de mis días", le aseguro.
Pero esta mujer 
ya no cree en promesas.
Ha visto morir mucho.
Ha sido traicionada.
Ha vuelto a comenzar.
Ha alumbrado esperanza
del vacío.
Y sonríe, observándome.
Aún sabe sonreír.

Esa noche, 
después de probar platos regionales
olvido mi regalo
en el baño del restaurant Noroc
de Bucarest.
Cuando siento su ausencia
me hallo a diez mil pies
-vuelo cuatrodosuno de Tarom
Bucarest-Barcelona-
donde el tiempo es de 21 grados,
no hay viento
ni se esperan tormentas.


Bucarest, 19 de marzo 2014

15 de marzo de 2014

Supermami de marzo


12 de marzo de 2014

Ya tenemos cubierta!


La primera semana de mayo llegará a las librerías.
¿Os gusta?

6 de marzo de 2014

10, 6, 13


Todo empezó ahí. En la 10 de Chamartín.
Un 6 de marzo, como hoy.
De hace 13 años.
Lo mejor es que entre él y yo 
todos los días siguen empezando cosas.
Y sigo sin creérmelo.

6 de febrero de 2014

Improvisación con bibliotecario


Hoy quiero rendir un homenaje a los bibliotecarios recordando una de las anécdotas más divertidas y absurdas que he vivido a lo largo de mi vida como escritora. A los 24 años decidí presentarme a un premio literario en castellano. Hasta aquel momento había escrito y publicado exclusivamente en catalán y decidí intentarlo en mi otro idioma materno. Elegí un concurso suculento que se convocaba en Laguna de Duero, provincia de Valladolid (suculento porque pagaban 100mil pesetas de la época y publicaban la obra en un cuadernillo no venal): Las Justas Poéticas, se llamaba. Presenté un cuento que había escrito después de una visita a La Habana. Mi cuento gustó, gané y me invitaron a la entrega de premios, que se celebraba en la Plaza Mayor del pueblo en plena fiesta mayor, a finales de agosto. 
Me presenté allí, muy emocionada, a recibir mi premio. Pero a la hora de empezar con el acto oficial de entrega, surgió un imprevisto. Las reinas de las fiestas -unas señoritas muy guapas y vestidas como de novias- debían acompañar del brazo a los ganadores del concurso literario. El desfile debía recorrer la distancia entre el Ayuntamiento y la plaza. La reina de las fiestas del año en cuestión iba junto al ganador de la modalidad de poesía. Al narrador debía acompañarlo la reina de las fiestas saliente, es decir, la del año anterior, que seguía reinando, en segundo plano.
Resultó que el concurso no lo había ganado nunca una mujer y nadie había previsto que lo hiciera. Con muy buen criterio, a alguien le pareció que la reina de las fiestas y yo no quedábamos muy bien desfilando agarradas del brazo. Empezaron a buscar una solución de emergencia, pero no había tiempo. La música ya sonaba en la calle, y las autoridades comenzaban a salir. Por suerte, andaba por allí el bibliotecario del pueblo (y muy elegante, si la memoria no me falla). Alguien decidió ponerle a mi lado y decirle que me ofreciera el brazo. Así que pude unirme al desfile en el último momento, acompañada del sorprendido bibliotecario (y gracias a él). 
De esto hace 20 años y estoy segura que en este tiempo otras muchas mujeres habrán ganado el premio y que el bibliotecario ya tiene tanta experiencia como las reinas de las fiestas en desfilar el día de la fiesta mayor. Y yo guardo un gran cariño a las Justas Poéticas, mi primer premio en castellano.




4 de febrero de 2014

¡Chocolate!



Me encanta compartir con vosotros esta foto. Es el equipo al completo de la Agencia Literaria Sandra Bruna. De derecha a izquierda: GeorginaNatàlia, Sandra, Maria Rosa, Gemma, Laura y Marta. Y detrás, Toni. Ah, y Joan detrás de la cámara. 

El viernes pasado celebraron el Premi Ramon Llull con este chocolate con bizcochos, que me da mucha envidia. Durante nuestro día a día les agobio tanto que me hace muy feliz que hayan tomado chocolate a mi salud. Espero que les supiera muy dulce. 



* * *

Aprovecho para compartir esta entrevista de Daniel Heredia a Sandra. Respuestas inteligentes y secretos de buena profesional. Si la hubiera leído cuando comenzaba, habría entendido un montón de cosas que tardé mucho en comprender. Podéis leerla completa, AQUÍ.


3 de febrero de 2014

Sexis

Antes de la nostalgia *


En los últimos meses he pasado mucho tiempo conversando con chocolateros. De las muchas historias que me han contado, me quedo con una nostalgia: la de cuando de niños iban a ver los escaparates de la desaparecida pastelería Mora y admiraban las «monas» escultóricas concebidas por Joan Giner, uno de los nombres que brillaba en la Barcelona de los 60, considerada la capital del chocolate artístico. Los escaparates de la confitería Mora, en la Diagonal, gozaban de tal popularidad que era necesario un guardia para organizar las colas de gente que se formaban en la calle, frente a ellos. «Hoy en día ya no quedan lugares así», me decía el genio del chocolate Enric Rovira.
         Hoy en día nos quedan los escaparates, evocadores pero discretos, de Chocolatería Fargas. «Una tienda de barrio», la llaman quienes trabajan allí desde hace cuarenta años. De barrio, sí, de este barrio universal que es Barcelona. Imposible resistirse cuando se pasa por la puerta. Entrar, oler, cerrar los ojos. Pensar cuánta gente antes debe de haber hecho lo mismo. Admirar el molino que se conserva en su interior, único y en funcionamiento. Tal vez comprar algo para disimular, para no quedar mal. Por ejemplo, trufas, o chocolate para preparar a la taza. A mí me gusta dejarlo en el armario un par de días, esperándome. Es bueno que las tentaciones nos esperen un poco. También me gusta celebrar la llegada del invierno, la estación más chocolatera, con una taza de chocolate de «can» Fargas.
         Últimamente evito pasar por algunos lugares. O paso mirando hacia otro lado. Son sitios que me duelen, que me ofenden: el número 4 de la calle Canuda o el 3 de Ronda Sant Pere, por citar sólo dos. Al evocarlos recuerdo la nostalgia de Enric Rovira, y le comprendo. La nostalgia, sin embargo, llega siempre más tarde, cuando el dolor y la ofensa se han diluido y dejan paso a la resignación. De momento, sólo conocer la noticia de que a la chocolatería Fargas le quedan once meses de vida no siento ninguna nostalgia. Siento rabia y tristeza al pensar que aquel paquete de papel blanco amarrado con un cordelito dorado sólo me acompañará un invierno más. Después, ya veremos cómo vuelvo a pasar frente al número 16 de la calle del Pi.

* Artículo aparecido en La Vanguardia el 2 de febrero de 2014