30 de octubre de 2014

NOVEDADES DE OTOÑO 3 / Se vende mejor amigo (SM)

Óscar y Nora parecían inseparables, ¿verdad? Ni a ellos mismos se les había ocurrido nunca que algún día podrían enfadarse. Sin embargo, tampoco contaban con que Nora conocería un día a Muriel y que juntas querrían organizar algo en lo que Óscar no tiene cabida: una fiesta de pijamas. 
Pero, ¿por qué? ¿Acaso no existen las fiestas de pijamas para niños? ¿Es que los niños no tienen pijama? Estas son las preguntas que se formula Óscar mientras se deprime (ya le conocéis) y busca una solución al mismo tiempo. 
La encontrará, por supuesto, ¡claro que la encontrará! Pero antes tendrá que comerse solo un bocadillo de mortadela debajo de una acacia, entender qué significan las cosas que dicen las niñas y recibir consejos de un hada cursi.
¿Qué pensáis? ¿Tendrán arreglo los problemas de Óscar? 

Lo que ya no tiene arreglo, mal que me pese, es el final de esta colección. Después de Se vende mamá (2009), Se vende papá (2011), Se vende garbanzo (2013), las aventuras de Óscar y Nora llegan a su fin. 
No me canso de recomendar los dibujos de Andrés Guerrero. Después de trabajar con él en estos cuatro libros, me he convertido en su fan incondicional. Andrés tiene una gran sensibilidad para captar los pequeños detalles del texto. Os invito a comprobarlo. Sin él, Óscar y Nora no habrían sido lo mismo. Y me consta que nuestros pequeños lectores opinan igual y son tan fans como yo.

* El 4 de noviembre en librerías. También en catalán (Cruïlla).

20 de octubre de 2014

20-O




Sé perfectamente en qué día comencé a escribir. Ha quedado constancia en uno de aquellos diarios pasados de moda, que se cerraban con un candadito. El mío siempre tuvo el candado roto, pero me servía igual. Era 22 de octubre de hace hoy 36 años.

15 de octubre de 2014

Cita a las doce y dos

Los hijos son nuestra cosecha, nuestro cultivo, nuestra tierra. Son pájaros a los que se suelta en la oscuridad. Son errores renovados. Pero son la única fuente de que puede extraerse una vida más cumplida, más lúcida que la nuestra. De un modo u otro harán algo, irán un paso más lejos, verán la cima. Creemos en ello, en el resplandor que despide el futuro, los días que no veremos.

James Salter
Años Luz

10 de octubre de 2014

NOVEDADES DE OTOÑO 2 / El taller de la imaginación (Alba editorial)

Hace años que pienso que la escritura de ficción debería formar parte de los currículos escolares en primaria. Siempre que puedo, termino las charlas sobre mis libros con un pequeño taller para los más pequeños. Ellos disfrutan mucho jugando a ser escritores. La escritura creativa acerca a los alumnos a la lectura desde otro punto de vista, pero además, escribiendo se adquiere seguridad, se conoce mejor a los compañeros, se desarrolla la imaginación, se aprende a romper con el pensamiento lógico, se da rienda suelta a los deseos...

A lo largo de estos años también he impartido talleres para profesores de primaria (y lo sigo haciendo). Muchos de ellos me han confesado que les gustaría incluir en sus clases ejercicios de escritura, pero que literalmente no saben por dónde empezar.
Pues bien, este es un manual sencillo dirigido a profesores de primaria, con la finalidad de que lleven la escritura creativa a las aulas. En él desarrollo algunos de los ejercicios que durante años he realizado en colegios de todas partes. Son fáciles, divertidos, y dan resultados sorprendentes. 

Por poner un ejemplo: en él recojo la historia que inventaron el año pasado unos alumnos de cuarto de primaria (9 años) a raíz de la contemplación de una fotografía de Chema Madoz. Os aseguro que es pura poesía. Trata de una nube que es adoptada por los alumnos de un colegio. La alimentan con su sudor y la nube vive feliz instalada en el techo de la clase. De vez en cuando la sacan de paseo por el patio atada con una correíta. Cuando se enfada, la nube truena, pero nunca le duran mucho los enfados. Hasta que llegan las vacaciones y surge un grave problema: las madres de los alumnos no quieren a la nube en casa. ¿Qué pasará?

Os aseguro que ellos lo tenían clarísimo. Yo me limité a escribirlo en estas páginas. Ojalá os gusten las historias que contienen. Y, sobre todo, ojalá descubráis con ellas pequeños grandes autores.

9 de octubre de 2014

Primicia: ya tenemos cubierta de Amaranta


Aún falta un mes para que llegue a librerías, pero de momento 
os presento en primicia la portada. En unos días os cuento algo más.

7 de octubre de 2014

NOVEDADES DE OTOÑO 1 / El misterio Cro (Edebé)

Algunos ya conocéis a los protagonistas de estos libros. Son tres hermanos y juntos forman una agencia de detectives muy especial. Adrián es algo así como el jefe, por eso toma las decisiones, aunque es un poco despistado. Elia es muy aplicada y siempre cumple con sus obligaciones detectivescas a la perfección. Y Álex, que sólo tiene 6 años, tiene sus propios y originales trucos para resolver los casos. En esta ocasión se enfrentan a un misterio doble: un anillo desaparecido y una presencia nocturna. También hay una abuela que hace croquetas y dos gatos recién llegados a la familia. Y mucho sentido del humor, como suele ser habitual.

Ya he dicho en alguna otra ocasión que estos personajes y estos libros no son de ningún modo uno más. Hace unos días desvelé el "secreto" en Facebook, pero ahora voy a hacerlo aquí. Conozco muy bien a esos tres hermanos: son lo mejor que he hecho en mi vida. Adrián, Elia y Álex, mis tres hijos. Les hice protagonistas de estos libros en parte por retener su infancia. No porque no quiera que crezcan, sino porque no quiero olvidar cómo eran mientras crecían. Y también porque pienso que estas novelitas congelan su infancia, la guardan en pequeños fragmentos para el día en que ellos sean mayores (y tal vez yo ya no esté) y quieran recuperarla, acordarse de cómo eran, de cómo éramos, de lo mucho que les queremos. Recordar que son y siempre serán lo mejor de la vida de su madre. A pesar de que su madre parece vivir por y para los libros, de viaje en viaje, siempre de aquí para allá.
En fin.
Eso es esta colección para mí.
Ojalá os haga reír. 


6 de octubre de 2014

Cita a las doce y dos

Vencerás quien consiga hacer que el otro se sienta culpable. Perderá el que confiese su culpa.

La fiesta de la insignificancia
Milan Kundera

5 de octubre de 2014

Reflexiones inútiles ante un chocolate caliente en Iasi


Sigo en Rumanía. Hoy he tenído otra mesa redonda. No os asustéis. No he degollado a nadie. Todo lo contrario, he conocido a Claudia, una traductora brillante (la de la derecha, en la foto superior) que me ha reconciliado con el mundo (en especial con el de los traductores simultáneos). He compartido mesa con mi colega, narradora y poeta, Ioana Nicolaie, a quien me ha encantado conocer. He charlado durante un rato con 300 jóvenes acerca de Habitaciones cerradas ("Incapere ferecate", en rumano), que ellos habían leído. He disfrutado mucho. Es emocionante que la literatura pueda compartirse y que haya personas que quieran hacerlo.

La moderadora de hoy era una mujer, Emil Munteanu. Hablaba de pie en el escenario, detrás de un atril. Estaba muy preparada. Había seleccionado fragmentos de los libros que comentábamos. Se ha referido a ellos con propiedad, aunque brevemente. Del mío, considero que ha dicho cosas muy inteligentes. Luego cedía la palabra, se encargaba de que todo fuera ágil. Arrebataba el micrófono a quien se extendía demasiado. Las dos horas de hoy han pasado volando.

Lo cual me lleva a una reflexión. Esa tipología más o menos clásica de moderador, el moderador que no modera sino que sermonea, que dice tontería tras tontería sin salir de la más idiota autocomplacencia... ese tipo de moderador, ¿será mayoritariamente masculino? Me gustaría saberlo. 

Estoy en el Café Phoenix de Iasi, frente a una taza de chocolate caliente, mi trabajo en la FILIT ha terminado y no tengo absolutamente nada que hacer hasta que un taxi venga a buscarme de madrugada para llevarme al aeropuerto. Tengo tiempo, puedo reflexionar acerca de cualquier memez. Por ejemplo, el origen de la pesadez de los moderadores de mesas redondas sobre Literatura.

En otros campos existen estadísticas. Por ejemplo, la población presidiaria. 24 por ciento de mujeres. El resto, hombres. Los asesinos adolescentes. Sólo 2 por ciento de mujeres. Los directores de orquesta. 4 por ciento de mujeres. ¿Habrá algún dato que indique que los moderadores autocomplacientes son, pongamos, en un 89 por ciento hombres? ¿Un 93 por ciento?

¿Por qué matan los hombres? ¿Por qué dirigen orquestas? ¿Por qué moderan mesas redondas? No tengo ni la menor idea. ¿Qué pretenden las mujeres que hacen lo mismo? ¿A qué aspiran? ¿Y a qué aspiran ellos? ¿Son felices? ¿Se sienten bien? 

Intento recordar a los moderadores insufribles con quienes he tropezado a lo largo de mi vida y sólo acuden a mi cabeza hombres. En serio. Ni una sola mujer en ese rol de soy-una-pelmaza-pero-me-da-igual. Lo cual no significa que no haya mujeres pelmazas, y que éstas no puedan moderar mesas redondas sobre Literatura, y hablar hasta que la gente se desmaye o se muera de tedio y citar veinte veces a Ulises camino de Itaca. Pobre Ulises, qué culpa tendrá él, algún día le dedicaré un post. A modo de desagravio.

3 de octubre de 2014

El disparate es una mesa redonda (en rumano)



Voy a contaros la mesa redonda más absurda de mi vida. Tuvo lugar el miércoles pasado, en Iasi, una maravillosa ciudad del noreste de Rumanía, donde se celebra el FILIT, el festival de literatura más importante de la Europa del Este (con primeras espadas en el cartel, como Herta Müller o David Lodge). La mesa redonda estaba planteada bajo el título "Escritores en el centro". ¿En el centro de qué?, pregunté a una de las voluntarias de la organización, mientras nos dirigíamos hacia el encuentro. "En el centro de la ciudad", me contestó, "es por el lugar donde se ubica el escenario principal". La respuesta me inquietó en lugar de tranquilizarme. Ergo, la mesa podía plantearse de cualquier manera. En ella estábamos convocados el muy respetado -y venerable- escritor rumano Ion Vianu, casi un héroe de la resistencia contra Ceaucescu, quien regresó al país desde su exilio después de la caída del régimen comunista en 1989 y por Bogdan Suceava, un matemático rumano formado en la Universidad de Michigan (Estados Unidos) de quien me interesaba saber un montón de cosas (lo confieso: era el único con quien me sentía, a priori, en cierta sintonía). Aunque ni yo les había leído a ellos ni ellos a mí. La piedra angular de todo el meollo era el moderador, un profesor de nombre Nicolae Cretu con muchas ganas de hablar y nada que decir. De esos que hablan de Ulises, citan a Benjamin sin venir a cuento y se encuentran interesantísimos a sí mismos. Es un moderador-tipo en este tipo de actos, me temo: el moderador que no modera, sino que se luce (o piensa que se luce). El caso es que en cuanto cogió el micrófono el señor Cretu destripó mi novela ("Habitaciones cerradas") de principio a fin, sin olvidarse, por supuesto, de contar con detalles el final. Luego me lanzó una pregunta, también tipo, sobre Barcelona. Cómo me influye la ciudad, cómo hago para escribir en Barcelona, rodeada de tan hermoso paisaje, a qué huele mi novela, algo así. Cuando viajas para hablar de literatura, tienes que estar preparada para contestar todo tipo de cosas incontestables. Yo lo estoy. 

El desastre llegó por otro motivo. Desde que entré en la sala comencé a preguntar por mi traductor simultáneo. Nadie allí parecía saber nada del paradero de la persona que debía encargarse de salvar ese muro infranqueable de los idiomas. Sí, sí, estaba todo previsto, me aseguraban, pero allí no aparecía nadie. Sólo un minuto antes de empezar me presentaron a una delicadeza rubia de unos veinte años muy bien adornados, quien en un español más que macarrónico me dijo: "Yo estudia español mas aún no hablo bueno".

Comenzaron a acudir a mi mente prefiguraciones de la tragedia. Dicen que el primer texto en rumano fue una carta escrita por un noble para avisar de un ataque de los turcos a la ciudad de Brasov. Pues bien, no creo que ese noble sintiera más pánico que el que yo experimenté al escuchar esa frase en los labios rosa pálido de mi belleza rubia. 


Tomamos posiciones. El señor con ganas de hablar disertó durante unos seis minutos. Mi traductora estaba más tiesa que una sota, con las rodillas muy juntas. Viendo que no me decía nada, le pregunté de qué estaba hablando el presentador. Entonces ella se volvió hacia mí y me preguntó si no entendía nada de rumano. Le dije que si entendiera el rumano no la necesitaría y volví a insitirle en que me tradujera (o resumiera) las (muchas) palabras del presentador. Entonces ella me dijo, lacónica como una princesa de cuento: "Está diciendo hola". 

Cuando llegó mi pregunta sobre Barcelona (o a saber), el señor llevaba hablando unos 20 minutos, el público comenzaba a fruncir el ceño y mi traductora sólo me había dirigido la palabra para informarme de que estaba muy nerviosa y no le salían las palabras en castellano. Al verla tan apurada, se me pasaron las ganas de degollarla y sentí una especie de ternura maternal. Le dije: "No te preocupes, ya aprenderás, tú haz lo que puedas y no sufras". Lo cual ella interpretó como que no necesitaba hacer nada más y dejó de traducir (si es que antes lo había hecho). Y yo hice lo único que podía hacer, dadas las circunstancias: poner cara de pues-aquí-estamos y desear que el sufrimiento fuera corto, Pero entonces recibí la pregunta y, como suelo, traté de responderla. Mi rubia, dispuesta como si supiera, agarró el micro. Yo dije una frase corta, eligiendo palabras romas, verbos sin complicaciones, adverbios terminados en mente. En fin, traté de hablar un español fácil, de nivel 1. Pero no sirvió de nada. Mi traductora se encalló en la primera frase. Comenzó a tartamudear, me miró con cara de pánico. Me preguntó bajito qué había dicho, si se lo podía repetir más despacio. En la primera fila, una señora traducía en voz alta antes que mi cándida aterrorizada. Yo no sabía qué hacer: si hablar, callar, insistir o matarla (incluyendo a alguno de la organización). Había llegado, como temía, el ejército turco.

Entonces alguien desde el público me animó a hablar en castellano. ¿En serio?, pregunté. Y una señora muy dispuesta lanzó: "¡Claro, somos lenguas románicas!". Así que comencé a hablar sin intermediaria y con mis propias palabras. Un alivio. Aunque duró poco, porque enseguida me di cuenta de que mis colegas en la mesa no tenían ni idea de lo que estaba diciendo. Y un setenta por ciento del público, me temo, tampoco. Lo supe porque pusieron la misma cara de pues-aquí-estamos que tenía yo momentos antes. A estas alturas, claro, ya había entendido que el único tema de la mesa redonda era el disparate. Y lo peor es que me había resignado a ello.

Cuando el señor Cretu empuñaba de nuevo el micrófono (¿por qué nadie se lo arrebató?) para lanzar otro de sus discursos sobre Ulises camino de Itaca y yo comenzaba a adoptar el modo qué-horror llegó mi agente en Rumanía, Simona Kessler. Simona es una mujer generosa en todos los sentidos. En el físico, en su simpatía desbordante y en una inteligencia que se adivina a través de sus palabras ágiles y su crítico -a veces cínico- sentido del humor. Fue mi salvación, aunque costó que la belleza rubia -parecía petrificada, igual lo estaba- se levantara para dejarle sitio. En cuanto Simona se sentó a mi lado y comenzó a traducirme -al inglés-, las palabras de los demás, todo comenzó a iluminarse. Pude seguir los discursos de mis colegas e incluso entablar con el señor Vianu una especie de oda de amor a Barcelona, una ciudad que él dice amar sin haberla pisado nunca. Fue bonito pero tan absurdo como todo lo demás.

Todos estos discursos me llegaron iluminados por las miradas y los comentarios de Simona. Cuando uno de ellos habló de cierta trilogía de corte ensayístico de la que es autor, los ojos de Simona brillaron maliciosamente mientras ella decía: "Oh, my Goodness, is a trilogy!" (Oh, Dios mío, es una trilogía!). Cuando uno de ellos dijo algo incomprensible sobre los pretendientes de Penélope, Simona susurró: "I have translated correctly, I promise!" (lo he traducido bien, te lo aseguro). Y cuando el señor moderador comenzó a enrollarse de nuevo, Simona dijo: "We can wait to the next question, dear" (podemos esperar a la siguiente pregunta, querida) y miró su móvil para ver cuánto tiempo quedaba. Es decir, que desde ese momento, la terrible pesadilla se convirtió, gracias a esa mujer portentosa, en un sainete. Tuve que hacer grandes esfuerzos para no desternillarme de risa cada vez que Simona añadía una de sus morcillas a los comentarios de mis compañeros de mesa. Aunque, bien mirado, prefiero mil veces tener que contener la risa a contener las ganas de asesinar a una estudiante de traducción mona y jovencísima. Después de todo, no merece la pena darle este gusto al dios de Babel. ¿O no dice la Biblia que si confundió las lenguas fue para sembrar la discordia entre nosotros?

Menos mal que Satanás tuvo la ocurrencia de inventar el inglés.


* En medio de todo este embrollo me dio tiempo de hacer una especie de selfie de la mesa. En la foto se ve a todo el mundo menos a mi. ¿Será porque deseaba no estar allí? 
En Internet encontré la otra, justo sobre estas líneas.

2 de octubre de 2014

YO TAMBIEN PIRATEO LIBROS (EXPIACIÓN)



Lo de hoy es una tragedia: estoy en Rumanía sin nada que leer. Salí de casa con lectura, claro. Un libro de John Irving de más de mil páginas. Pero lo olvidé en mi hotel de Bucarest. Desde que eso pasó, hace dos días, hasta ayer por la noche, me leí todo lo que llevaba en la tablet -no mucho-: los cinco originales para el concurso literario del que soy jurado en noviembre, las andanzas de Isabel II por Barcelona a mediados del siglo XIX, un manual sobre inteligencia emocional... en fin. Hasta que anoche tuve una idea brillante. "Voy a comprar un ebook", me dije. Podría haberlo pensado antes, lo sé. Soy lenta de reflejos, además de adicta al papel.
Busqué libros en castellano en la página web de mi librería de siempre. Pensé en lo útimo de Kundera, que aún no he leído. Para mi sorpresa, no estaba disponible en ebook. Pensé en David Lodge. Nada de ficción disponible (de hecho, sólo "El arte de la ficción" puede leerse en formato virtual). Pensé en Roberto Bolaño. Absolutamente nada. ¡Nada de nada en ebook! ¡Ni siquiera "2666"! Bueno, sí: "2666" está en ebook, pero en inglés (claro). "Aún no estoy tan necesitada para tener que leer a Bolaño en inglés", pensé. Finalmente, se me ocurrió Ana María Matute y sus póstumos "Demonios familiares", que estoy deseando leer. ¡Eureka! Lo encontré en formato electrónico al carísimo precio de 12,99 euros. Decidí comprarlo impulsada por la necesidad, aunque me parece un precio astronómico para un ebook.
Seguí los pasos necesarios. Después de pagar, descubrí que el formato del libro no era compatible con ninguna de las aplicaciones de mi tablet. Descargué un folleto donde me explicaban cómo hacerlo compatible. Me descargué otra aplicación (de pago), pero tampoco funcionó. Lo intenté durante más de una hora antes de rendirme. Lo último que hice fue escribir un mail a la librería. Me han contestado esta mañana, diciéndome que debo descargar otra apliación, solicitar una ID y convertir el libro en esa aplicación. Aún no lo he intentado. Matute sigue esperando en el limbo virtual. 
Antes de irme a la cama a horas tempranas, en una ciudad donde no conozco a nadie y sin nada que leer, se me ocurrió buscar en Internet un maléfico sintagma: "Milan Kundera gratis". Aparecieron varias páginas de descarga gratuita. La que elegí ofrecía la posibilidad de descargar la última novela del famoso autor checo en dos formatos diferentes. Elegí el epub. Dos segundos más tarde tenía en mi tablet "La fiesta de la insignificancia". La leí de un tirón ayer por la noche y contribuyó mucho, como siempre hace Kundera, a mi felicidad.
De modo que he pirateado el primer libro de mi vida. Ya les advertí que esto de hoy era una tragedia. Digo en mi descargo que lo he hecho por necesidad y porque no tenía alternativa, y lo confieso públicamente porque estoy avergonzada y muy arrepentida. He robado a uno de mis autores favoritos. He robado a su traductor, a su agente, a los trabajadores de una editorial que forma parte de mi vida (al corrector de pruebas, al maquetador, al diseñador de la cubierta y en última instancia, a su editora, mi admirada Beatriz de Moura). He contribuido a hundir un poco más el mundo editorial. De modo que, señores de Tusquets, admirada Beatriz de Moura: estoy dispuesta a reparar mi falta y abonar la cantidad oportuna a modo de resarcimiento. Envíenme la factura correspondiente sin dilación, se lo ruego. 
Sin embargo, antes de eso me permitirán unas palabras. ¿Son ustedes, los editores, quienes se pasan el día lloriqueando por el enorme daño que está haciendo la piratería al mundo editorial? ¿Son ustedes quienes se pasan el día lloriqueando por el cambio de hábitos lectores, por la falta de educación del público, por la pasividad de nuestros dirigentes? ¿A qué esperan, señores de Tusquets, para poner a la venta en epub, en pdf, en lo que haga falta, el último libro de Kundera (y el resto de novedades de su catálogo)? ¿A qué esperan todos los demás, con muy pocas excepciones, para vender los libros electrónicos a un precio adecuado? Un ebook jamás debería superar los 7 euros. 5 sería lo óptimo. ¿A qué esperan para digitalizar sus catálogos, empezando por los autores más buscados, más leídos, y ampliando al resto, poco a poco? Mientras no hagan nada, salvo quejarse y lloriquear -esa práctica tan extendida en el mundo ediitorial-, ustedes -los editores- son tan responsables de la piratería como los propios usuarios.
¿No será que resulta más fácil echarle las culpas a otros (al gobierno que no aprueba las leyes oportunas, los lectores que roban los contenidos, los libreros que no saben reiventarse...) que hacer algo de verdad efectivo para solucionar el problema? ¿No será que piensan mucho más en cómo hacer para contentar a los distrubuidores, de quienes económicamente dependen, que en proteger a sus autores, cada vez más perjudicados? En el fondo, siempre habrá autores, no importa que los de ahora desaparezcamos o tengamos que dedicarnos a otra cosa, siempre habrá gente que escriba y quiera publicar. Incluso a cualquier precio.